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Hace muchos años que leí el comienzo de la novela «El doctor Zhivago», de Boris L. Pasternak: «Andaban, y al andar cantaban 'Eterna memoria'». Pasternak fue un poeta y novelista ruso, premio Nobel de Literatura en 1958, conocido principalmente por la novela mencionada, que transcurre más o menos entre la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa de 1917 y la Guerra Civil de 1818 a 1920. La novela se publicó primero en Italia en 1957 y Pasternak fue perseguido en su país hasta que llegó la perestroika, años después de su muerte, y su hijo Yevgueni fue autorizado por fin a recibir el premio Nobel en nombre de su padre. Estas cosas han pasado y pasan, en un sentido o en otro, en diferentes Estados del mundo. Cuando la gente envidia el éxito de uno de sus semejantes solo suele ver la punta del iceberg, que es una parte mínima de sus trabajos y denuedos para lograr destacar.

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Debajo de la punta, sumergido en el mar helado, está lo que el gran público no ve; de arriba hacia abajo: desilusiones, persistencia, trabajo duro, grandes riesgos, noches en vela, luchas, competición, disciplina, arrojo, dudas, críticas, fracasos, adversidad, rechazos, etc. Un largo etcétera. Mercè Rodoreda encabezó su novela «La plaça del diamant» con una frase de Meredith: «My dear, these things are life». Pues bien, estas cosas también son la vida. En castellano suelen decir que quien algo quiere, algo le cuesta. A veces la lucha por conseguir el éxito, en cualquier orden de cosas de la vida, cuesta tanto como la muerte. Y a veces incluso la muerte tarda en impartir justicia. Por eso quizá lo mejor es tomarse las cosas con filosofía y hacer lo que hacía mi tío Mario cuando le llamaban por teléfono preguntando por alguien inverosímil. Decía no está, pero vendrá. ¿Cuándo vendrá? Esto no lo sé, pero estoy seguro de que vendrá. Oiga, ¿con quién hablo? Con el cementerio.

Hace años, también, leí un artículo en el que cierta funeraria afirmaba que el sector no notaba «los efectos de la crisis» ya que contaba con una «demanda potencialmente estable y siempre fija». Pensé que lo cierto es que haya guerra o haya paz, haya crisis o no la haya, haya o no haya atentados, sida, cáncer, infartos, accidentes, haya o no haya xenofobia, siempre hay fiambres. En la novela «Animal farm», de George Orwell, los cerdos entierran un jamón después de la rebelión, porque el sepulcro de los animales es nuestro estómago, y el nuestro, a lo sumo, la eterna memoria de los cánticos de difuntos.