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Esta frase la utiliza con frecuencia mi hija la mayor. Empezó a decirla con dos años y medio. No sé dónde la ha aprendido, quizás en la escoleta, ahora su colegio. O es ella misma que ha llegado a esa conclusión. Lo cierto es que sabe cuándo decirla. Cuando la ha pifiado «no pasa nada». O cuando yo misma, su madre, estoy apesadumbrada por algo que hecho o tengo que hacer, me mira y me dice «no pasa nada», con una entonación cantarina. Y me alivia, tengo que confesarlo.

Lo curioso de esta frase es que como adulta tengo que recurrir a libros de motivación, recientemente tengo uno de cabecera que me leo de una sentada, y me quedé esta vez con la frase y lección de que «la vida es demasiado importante para tomársela demasiado en serio» (Oscar Wilde). Y me rio yo sola de cómo un ser tan pequeño me lo dice con seguridad y tranquilidad. Y encierra su frase espontánea mucha filosofía para que la inmortalizara igualmente Wilde, más adornada su frase y supongo escribiéndola con experiencia, que mi hija que la sintetiza en un «no pasa nada». Y es verdad, cuando se rompe una taza, cuando se pintan hasta las cejas, cuando se ponen el yogur por el pelo, y el chocolate a la taza por todo el pecho, cuando no he planchado, o se me ha olvidado una reunión pendiente,... no pasa absolutamente nada. Se puede pegar la taza, o comprar otra; les limpias de yogur, de chocolate, de lo que sea; puedes planchar otro día; y disculparte de la reunión y asistir oro día... Mi libro me dice que no todo es tan importante, que hay cosas importantes pero no tan importantes. Y el matiz es sutil pero muy efectivo. Y lo aplico las veces que me acuerdo para no ahogarme en un vaso de agua. Pero esta frase de mi hija se la voy a recordar siempre, me parece que ella sin quererlo está escribiendo su cuaderno de vida de principios. Y este me parece sublime. «No pasa nada». Y más cuando estamos en una sociedad que vamos corriendo a todo con la lengua fuera como un perro agotado de correr.

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A veces, reconozco que ese «no pasa nada», le digo que sí pasa. Le hago una reflexión sobre lo ocurrido. Por ejemplo, me tira el vaso de beber y se desparrama el agua. ¡Vale! no pasa nada, pero como estoy educando le digo que sí pasa, porque no debe tirar el vaso ni cuando está enfadada. Y menos desperdiciar el agua. Un bien escaso. Me gusta la reflexión de la consecuencia de su frase, aunque prepondere su enunciado «no pasa nada». Por eso insisto en lo interesante de estar con nuestros hijos, y escucharles. porque ellos también nos pueden enseñar. Y nosotros les podemos aplaudir sus genialidades, porque decir esa sabiduría de vida en el momento oportuno es de ser una genía. Y también la experiencia nuestra como padres de en un determinado momento saber argumentarles que si que no pasa nada pero eso que ha hecho se podía haber solucionado de mejor manera.

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