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Estos días en que se habla más que nunca de las cosas del Estado, en Palma comenzó el martes el debate anual sobre el estado de las cosas en esta Comunidad que, dicho sea de entrada, si van mejor o peor, no es precisamente por lo que sus señorías aprueban o discuten en aquella cámara sino básicamente porque hay una economía que vive de la actividad y no de parlamentos, y porque hay personas que trabajan y contribuyen a ello.

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Escuché diez minutos del discurso de la presidenta Armengol, me bastaron para advertir una intervención bien preparada y bien interpretada, buen trabajo de los asesores que tan mal vistos están y tan buen resultado dan. La jefa del Ejecutivo aplicó aquel principio tan recurrente que lleva a hablar de la Comunidad que queremos en vez de enredarnos en los problemas que en la Comunidad tenemos. Quizás es la sensación de esos diez minutos, y por tanto parcial, en los que dibujó una Comunidad de investigadores, que ofrecerá oportunidades a nuestros hijos y al talento emigrado y en la que fluirán los millones para la alta tecnología. El retrato fue magnífico, compramos ese futuro. De momento el presente ofrece una Menorca donde los universitarios no vuelven y hasta la población, en contra de la tendencia balear, va a menos. Constatamos una vez más no solo la diversidad entre las Islas, que es plausible, sino la sensibilidad y el trato inversor distintos. Reivindicar ante Madrid es justo y mejorar la financiación, un objetivo irrenunciable, sobre todo si esa reivindicación se legitima antes con el reparto interinsular.

Y estuvieron presentes -faltaría más- las cosas del Estado en los grupos que se declaran más mallorquinistas o menorquinistas con su cartelito del 155. Es un ejercicio legítimo de democracia, nada novedoso a estas alturas y además fueron más modositos esta vez, un cartel apresurado en vez de la típica camiseta para la ocasión. Una foto más que vimos en la tele y en los diarios para desviar si fuera posible la atención sobre el estado de la cosa en favor de la cosa del Estado.