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Han pasado 42 años sin él, dos terceras partes de la población actual no vivió en aquel régimen o apenas lo recuerda y, sin embargo, las apelaciones a Franco han resucitado en las últimas semanas con virulencia, como si fuera necesario agitar de vez en cuando un espantapájaros.

Se utiliza con fines políticos y ánimo peyorativo para el desgaste y lo único que demuestran quienes recurren a ello es o que no conocieron aquellos «40 años de paz», como decía la irónica propaganda de entonces, o que no conocen la historia, que al final viene a ser lo mismo. Los que en los primeros años le añoraron no están organizados o se han diluido en una sociedad que ha mirado el futuro con inteligencia y ha desarrollado un marco de convivencia libre como jamás había conocido este país.

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Y, sin embargo, hemos oído estos días expresiones como «represión franquista» pronunciada por quienes buscan excusa para justificar sus desmanes poco democráticos y su cada vez peor disimulada inspiración totalitaria.

El pasado hay que conocerlo, reparar en lo posible y en justicia las desgracias causadas y aprender de los errores. Si tantos y tantas veces han dicho lo mismo, tendrán sus razones. Para conocer ese pasado, favorece la permanencia de algunos vestigios que las fórmulas iconoclastas puestas en marcha con impulso legal, obsesión particular y furia partidista contra todo símbolo que recuerde esa funesta etapa de la historia.

Tiene sentido eliminar cuanto contiene apología del régimen, pero creo que otros detalles como esas plaquitas que perviven en algunos edificios ayudan más a conocer que a representar o evocar aquellos tiempos. Y ayudan a reconocer en la calle la historia estudiada en los libros. En «Sa Graduada», por ejemplo, se ha respetado en la fachada el escudo de la monarquía de Alfonso XIII y habría sido interesante también hallar algún símbolo de la breve etapa republicana.