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No será Barcelona la sede de la agencia europea del medicamento que vuela de Londres por el brexit. Era anhelada por varias ciudades porque conlleva un millar de funcionarios bien pagados de la UE y por el empleo y economía indirectos que anima su presencia. Finalmente no será Barcelona sino Ámsterdam la elegida. No sé si tener o haber perdido la sede de marras tiene tanta importancia como se le ha dado a causa del contexto catalán, todos hablan de fracaso o frustración, los unos le echan la culpa a la inestabilidad que ha generado el separatismo, los otros a la violencia policial del 1 de octubre y los equidistantes, faltaría más, culpan por igual a unos y otros.

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Menorca optó a sede de la agencia europea del turismo cuando empezaba a desarrollarse esta red de organismos europeos. Era justo después del Tratado de Maaastricht al comienzo de los 90, la Isla había sido declarada reserva de la biosfera, defendía un modelo de turismo más sostenible, la UE mejoraba su imagen descentralizando administración, teníamos en Bruselas la voz y la energía de la única eurodiputada que Menorca ha tenido alguna vez en la institución europea. No era hipótesis sino posibilidad real.

El proyecto -la idea, realmente- duró lo que Mallorca tardó en interponerse. El territorio y el poder político del lugar que se propone acoger un organismo de la Unión Europea ha de ofrecer interés o como mínimo disponibilidad tal como ocurre ahora con la implicación -obviemos el caso de la alcaldesa de Barcelona- de las autoridades. En nuestro caso, el conseller de turno del Govern balear decidió encargar un informe para valorar la idoneidad de Menorca, una manera de descartar la propuesta al estilo del «nombraremos una comisión». Mi corresponsal turístico es contundente en su juicio: Mallorca prefirió que no hubiera agencia en Balears ni en España antes de que la tuviera Menorca.