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No corren buenos tiempos para actitudes antaño capitales como la modestia, la moderación, la resignación, entendida no como sumisión sino como serena aceptación de la fatalidad, o la compasión (cristiana o laica). Hoy, un personaje pertrechado con semejantes antiguallas sería tildado inmediatamente de gilipollas (con perdón, pero eso es exactamente lo que le dirían). Y es que la modestia, antaño tan valorada, ha sido arrasada por el exhibicionismo rampante de las llamadas redes sociales, un enjambre de egos recauchutados que pretenden inmortalizar todo lo que se les pone por delante, sea un paisaje tibetano como un plato de purrusalda, y no para realzar alguna pirueta gastronómica o un matiz paisajístico sino para proclamar urbi et orbi que Él estuvo allí y que precisamente es Él quien confiere significado al selfie, encumbrado icono de los nuevos tiempos.

En cuanto a la resignación, también ha pasado a mejor vida, desacreditada como pacata antítesis de la religión del siglo XXI, la resiliencia, ese reinventarse uno mismo una y mil veces hasta romper todos los techos (excepto el de cristal de las mujeres, aún blindado graníticamente). El cielo es el límite decía uno de los gurús pioneros del movimiento positivista. Quien se resigna es un pusilánime incapaz de ver la luz de sus propias posibilidades ilimitadas. Si alguien cede a la tentación de pensar que esto o aquello le ha pasado por sus propias limitaciones y no por una conspiración cósmica, es un plasta incapaz de afrontar ¡los retos! (otro concepto fetiche de la nueva época) de la modernidad líquida o gaseosa en que nos movemos.

Lo de la compasión más vale dejarlo correr porque ya no creo que nadie sepa lo que significa, precisamente lo contrario de otros pilares del nuevo paradigma: la competitividad y la productividad, que exigen lucha sin cuartel para cumplir los sucesivos retos. «Al contrario ni agua, písalo», decía el aguerrido entrenador de fútbol argentino Bilardo, otro pionero. Conformémonos hoy día en el mejor de los casos con cierta empatía light (entiendo cómo se siente) y unas gotitas de simpatía («estoy preocupado por lo que le pasa») más o menos impostada.

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En cuanto a la moderación, aquella predisposición del ánimo que nos hace adaptar nuestras ideas a la realidad en lugar de forzar a la realidad para que se acomode a nuestras ideas, es otra de las virtudes en vías de extinción. Hoy lo que priva es inventar realidades paralelas, retorcer argumentos ajenos, adulterarlos, para llevarlos al propio molino, y encastrarse en la trinchera de los nuestros (¡ay ese click del «me gusta» cuanta pereza intelectual lleva en su mochila!). La moderación hoy es sinónimo de falta de criterio y no es atributo de ninguna ideología, en todas partes cuecen habas: lo que se lleva es el repartir leña, sea a fachas o a progres, y siempre, siempre a los nacionalistas, sin reconocer jamás el nacionalismo propio. Hoy, a los moderados suelen llamarles equidistantes, seres hermafroditas, ni chicha ni limonada, o directamente tipos débiles, de poco fiar.

En fin, a todo esto me han llevado las recientes declaraciones del futbolista robocop Cristiano Ronaldo en las afirma sin pestañear que es el mejor jugador de la historia cuando cualquiera que entienda mínimamente de fútbol sabe que no solo no es cierto sino que está bastante lejos de ello. En otra ocasión había afirmado que la gente le tenía envidia por ser «rico, guapo y famoso». El muchacho, en su delirio narcisista y ególatra (no suele celebrar los goles que no marca él), es el ejemplo más representativo, junto a otro egocéntrico estelar como Donald Trump, de los vicios imperantes en el siglo XXI (la fatuidad y la mentira sistemática), una vez fenecidos los del siglo XX, tales como el libertinaje (ellos y ellas son hoy libertinos, envidia cochina), la impiedad o la informalidad, antaño esporádica y ahora sistemática (¿quién se fiaría hoy de la palabra de honor?). Ni CR7 ni Trump están locos, ambos siguen el patrón narcisista contemporáneo y, el segundo, mucho más peligroso, no hace más que cumplir fielmente el catastrófico plan de la extrema derecha global, aderezado con toques personales e intransferibles de macho alfa.

Pero no todo es inquietante en estos albores navideños: los animales han dejado por ley de ser «cosas» para ser «seres sensibles» (¿los toros también?), aragoneses y catalanes en vez de discutir por las aguas del Ebro lo hacen por un quítame allá esas piezas de museo, exhibiendo un peculiar nacionalismo cultural, y Donald Trump pierde a su senador presunto acosador sexual. Algo es algo. Así que, Bon Nadal a tothom.