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La boca se queda seca y el estómago ruge cuando por fin me rindo, ondeo la bandera blanca, me acerco al bar, cafetería, máquina expendedora de cualquier aeropuerto para ser literalmente atracada, eso sí, pacífica y legalmente, y pagar a un precio abusivo una manzana, un yogur, un minibocata, un café, o un simple botellín de agua. Es ya casi una cuestión de cabezonería, lo reconozco: antes una camiseta rebajada que desembolsar tres euros por un producto que sé que cuesta 25 o 30 céntimos en cualquier supermercado. Estoy segura de que como yo hay cientos, miles de pasajeros que, atrapados en una terminal cualquiera, se llevan las manos a la cabeza con los precios, aunque pagan resignados. Con el agravante de que algunos han lanzado antes a la papelera su agua o limonada, que muchos aún andan desprevenidos con las políticas de seguridad y luego suspiran, sedientos, en las horas de espera. Así que ahora estamos de enhorabuena. Aena obligará en sus nuevas concesiones a tiendas y máquinas expendedoras a vender botellas pequeñas de agua a un precio máximo de un euro.

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La decisión se adopta debido a las numerosas quejas de consumidores elevadas al Defensor del Pueblo, que ha tomado cartas en el asunto, y también por la recomendación del Consejo Internacional de Aeropuertos, emitida en 2015. Además se compromete a aumentar el número de máquinas de agua gratuita en su red, ahora mismo insuficiente. Esta medida llega acompañada de otra noticia; la Organización de Consumidores y Usuarios quiere una ley nacional que obligue a servir un vaso de agua gratis en establecimiento de restauración y hostelería si así lo demanda el cliente. Tampoco es ninguna novedad, en algunas zonas de España no es nada raro pedir –y que te sirvan sin malas caras-, un vaso de agua del grifo si ésta es perfectamente potable, y en países como Francia es obligatorio poner una jarra a disposición de los comensales en restaurantes.