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Un eufemismo es una palabra – a veces una expresión - que sustituye a otra ofensiva o poco conveniente, lo que hoy en día se llama «políticamente incorrecta». Yo creo que existen eufemismos desde que el mundo es mundo, pero que hoy en día han proliferado, porque nadie se atreve a decir las cosas por su nombre. Existen eufemismos casi de color de rosa, como el llamar «lavabos» a los aseos o váteres, con el agravante de que en ciertos locales ni siquiera hay lavabos para limpiarse las manos, simplemente hay un cuartito con un váter, a lo mejor hasta con un depósito en lo alto y una cadena para soltar el agua, como hace sesenta años.

Llamar a los viejos gente de la «tercera edad» es también un eufemismo casi inocente, como decir tengo pipí o tengo caca, en lugar de mear y cagar, que no queda nada fino. Incluso hay eufemismos obligados, como lo que dicen ahora, que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario, de modo que los asesinos son «presuntos» culpables aunque les hayan pillado con las manos en la masa.

Los eufemismos abundan hoy en los medios de comunicación y en la política. Cuando se habla de «actualización de precios» se lee «subida» de precios, y el efecto es igual de pernicioso para el bolsillo del contribuyente. Cuando se ubica un «almacén temporal centralizado» la gente debería saber que están hablando nada menos que de un cementerio nuclear. Cuando sale a relucir la «amnistía fiscal» se está evitando hablar de rentas no declaradas.

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Cuando a uno le plantan una «amortización de puesto de trabajo» ya sabe que lo están despidiendo con buenas palabras. Cuando dicen que hay que «apretarse el cinturón» uno piensa que te van a meter mano en el bolsillo, o lo que casi es lo mismo, que se trata de «apropiación indebida», o sea, robo.

Porque a veces uno no puede evitar comentar que algunos impuestos son un «robo a mano armada» porque lo que ocurre es que el señor Mano Armada no existe, a ese no le roban, al que te roban es a ti, pobre contribuyente, trabajador que sostienes todo el peso de la crisis, miembro de la mayoría silenciosa, etcétera. Hay cosas más finas, menos dolorosas aparentemente, como los «bares de alterne», con «trabajadoras sexuales», lo que antes se llamaba prostíbulos. Pero lo malo es que cuando eres una «persona mayor» – un viejo - hoy en día te mandan a una «casa de asistencia», es decir, a un asilo.

Menos mal que si sufres «disfunción eréctil» - impotencia -, no te van a acusar fácilmente de violación.