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Fui el miércoles pasado a la charla del activista y agricultor catalán Josep Pàmies en Maó para saber si nos iba a vender algún veneno digno de cancelar una conferencia en una sala pública: esperaba encontrar a un predicador que dijera, por ejemplo, que los enfermos de cáncer no debían someterse a quimioterapia o que no había que vacunar jamás a los niños o, ya puestos, que iríamos al cielo después de muertos si éramos buenos (y además, veganos). No escuché ninguna de estas tres afirmaciones. Escuché a un payés que defiende la alimentación ecológica y el uso de plantas como medicina complementaria, que ya vino a Menorca en 2015 y llenó de personas y de interés las salas multifuncionales de Es Mercadal y Ferreries y que hace unas semanas pasó también por varias salas municipales de Mallorca.

Preocupada, como tantas, por la censura que vuelve a cuidar de nosotros para indicarnos lo que debemos decir y lo que no, lo que podemos escuchar y lo que no y, por tanto, lo que debemos pensar y lo que no, y que estos días -¡en 2018!-, ha enviado a prisión al rapero mallorquín Valtonyc ¡por las letras de sus canciones!, quise comprobar hasta qué punto una charla titulada «Alimentació ecològica i salut» podía representar una amenaza.

Caminaba hacia el restaurante Clorofil·la de Maó donde, tras haber sido vetado por el Ayuntamiento de Maó bajo recomendación de la Conselleria de Salud, se celebró uno de los dos encuentros que programó la Asociación de Productores de Agricultura Ecológica de Menorca (Apaem). Antes de llegar me asomé al puerto, a esa hora ya sin el rugido de los grandes cruceros. Me enredé en mis pensamientos mientras veía cómo el humo de la central eléctrica iba impregnando el aire de partículas cancerígenas: no sé puede saber cuál es el nivel exacto de emisiones contaminantes porque ¡no se miden!, pero sí se conoce su incidencia negativa en la salud de las personas.

Me acordé entonces de que me había olvidado de comprar agua -las mentes son así, ya se sabe, saltan de un tema a otro en esa conversación permanente y sin guion-. Apenas nos quedaba agua embotellada y la usamos para casi todo porque la del grifo, que pagamos a precio de agua potable, supera con creces (por mucho que llueva) el límite de nitratos permitido que establece la Organización Mundial de la Salud (OMS). Al día siguiente leeré en este periódico que las redes de suministro «están en el peor estado de la década». Y un día más tarde sabré que «los fertilizantes químicos que se usan en la actividad agraria son la principal causa del exceso de nitratos». Vaya, me diré, ¿no habría entonces que fomentar la agricultura ecológica?

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Seguí mi camino hacia el restaurante y en el último vistazo al mar pensé en las terribles prospecciones petrolíferas que están planeando de nuevo sobre Baleares, en lugar de apostar por energías limpias, y contra las que Alianza Mar Blava (alianzamarblava.org) y Menorca Diu No están recolectando firmas de manera urgente... ¡Se me hacía tarde! ¡Tenía que dejar de pensar!

Llegué diez minutos antes y ya no había sillas libres. Me senté sobre un aparador. El micrófono dejó de funcionar a los diez minutos de charla y la lluvia, que martilleaba afuera, no permitía mantener del todo abiertas las puertas para que un sobrado centenar de ciudadanos pudiésemos respirar. Pàmies siguió hablando a viva voz, desde la barra, durante más de dos horas.

Arremetió con dureza, y tal vez las presiones vengan de ese lado, contra la industria farmacéutica (con casos concretos y con nombres concretos como Bayer, Monsanto o Novartis-Singenta) y contra la industria alimentaria de los transgénicos y cómo ambas, según él, «necesitan cada vez más adictos». Pero sobre todo habló del «cambio individual» necesario para que la industria cambie (porque la legislación, dijo, no está por la labor) y lanzó recomendaciones sobre comer menos cantidad, más local, más ecológico, más alcalino y menos azúcar, refinados y productos ultraprocesados o plagados de pesticidas procedentes de las grandes superficies. Habló de aprovechar la medicina tradicional y las medicinas complementarias, las plantas y los remedios milenarios para prevenir, para favorecer los tratamientos y, en el caso de la quimioterapia, dijo, «para reducir los efectos secundarios o para mejorar los resultados», según su experiencia al frente de la llamada «dulce revolución». Habló de la agricultura ecológica como el mejor futuro posible «para la salud personal y ambiental» y habló de otros temas con afirmaciones con las que yo o cualquier estaríamos o no de acuerdo, pero para eso existe la información, para que el ciudadano pueda acceder a ella y después pensar y ser crítico y elegir libremente la forma, en este caso, de alimentarse. ¿Acaso el debate ha dejado de ser saludable?

@anaharo0