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Algunos medios se apresuraron a tildar al Gobierno de Pedro Sánchez como «Gobierno feminista» cuando se completó la quiniela de nombramientos (cantados casi a modo de bingo) y se supo que, por primera vez en este país de triste figura, habría un Consejo de Ministras con más mujeres que hombres: once ministras y seis ministros. Desde otros lares se apresuraron a desmentir que se pudiera utilizar (todo será empeñarse, por aquello de que el lenguaje visibiliza y configura la realidad) lo de «Consejo de Ministras» para referirse al grupo. RAE incluida, que no inclusiva, recordó que «desde el punto de vista gramatical basta con el uso del masculino genérico», aunque ahora admite la fórmula «Consejo de Ministras y Ministros». Los hablantes, en todo caso, tendremos la última palabra, como ocurre siempre con las lenguas, tan vivarachas que encuentran atajos para reflejar los cambios sociales: hace no tanto, la palabra «ministra» sonaba extraña, porque era un cargo que solo ocupaban hombres, como casi todos los de la esfera pública.

CONSEJOS DE MINISTRAS aparte, creo que tendríamos que repensar el calificativo «feminista». El feminismo no puede reducirse a una acumulación de mujeres y no es lo mismo «femenino» o «de mayoría femenina» que «feminista»: el feminismo es un movimiento social y político cuya reivindicación de igualdad de derechos entre hombres y mujeres nació a finales del siglo XVIII. Hoy sigue vivo porque sigue siendo necesario en todos los campos.

La importancia de este Gabinete, el primero que se forma después del 8M, reside, no solo en el número de mujeres al frente, sino en que las responsables ocupan algunas de las carteras consideradas «duras» y que, por tanto, estaban destinadas a manos de varones (y barones). Los símbolos, eso sí, son importantes -igual que lo ha sido el de prescindir al fin de crucifijos y biblias- y este equipo supone ya un hito que devuelve el eco a la predecesora Federica Montseny, quien en 1936 se convirtió en la primera ministra en España, pero de ahí a adelantar que sea «feminista» hay un paso que es la acción política y solo demostrará el tiempo (si es que disponen de él).

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De visibilizar a las mujeres cuya obra ha quedado oculta en el masculino genérico se ocupa también Mª Àngels Cabré, escritora, crítica literaria y directora del Observatori Cultural de Gènere y autora de ensayos como «Leer y escribir en femenino» (Aresta, 2013) o «A contracorriente. Escritoras a la intemperie del s. XX» (Elba, 2015). El pasado viernes ofreció en la librería VaDllibres de Ciutadella, ante un público numeroso, con un grupo de chicas y un par de chicos jóvenes incluidos, una charla titulada «Filles de Virginia Woolf». Cabré afirmó que con estos malos usos del término «feminista» existe el riesgo, respirando al otro lado de la puerta como un animalillo, de convertir al feminismo en una moda, «en parte del mainstream».

EN SU INTERVENCIÓN repasó la historia de la literatura escrita por mujeres desde que Virginia Woolf exigiera para las mujeres una habitación propia y diera inicio a la «genealogía femenina»: la reivindicación de sus predecesoras (en el caso de Woolf, las hermanas Brönte, Jane Austen o a esa sospechosa que se oculta detrás de «Anónimo»). Siguió haciendo memoria histórica con Simone de Beauvoir, Víctor Català, Maria Aurèlia Capmany, Montserrat Roig, Carme Riera o Siri Hustvedt, porque es importante, remarcó Cabré, esta tarea de «reivindicar y visibilizar el río de la literatura escrita en femenino en una dinámica de sororidad», frente al canon oficial que ha excluido a las autoras o las ha obligado a usar seudónimos masculinos para poder ser aceptadas en la literatura que se escribe con mayúsculas. Pero la genealogía no afecta solo a lo literario, y en esa reivindicación de las predecesoras -las que nos van diciendo que sí, que se puede-, Cabré ha rescatado, por ejemplo, a una periodista en el ensayo «María Luz Morales, pionera del periodismo» (Libros de Vanguardia, 2017).

MUCHOS NOMBRES, en definitiva, para iluminar el camino a alguna de esas jóvenes del instituto Mª Àngels Cardona que el viernes atendían -y asentían- en la charla a la que habían acudido animados por su profesora de Literatura, Assumpta Gorrias: ellas ya saben que pueden soñarse ministras, científicas, escritoras o directoras de periódicos nacionales (el diario «El País» tiene ahora, por primera vez en sus cuarenta y dos años de historia, a una directora, Soledad Gallego-Díaz, al frente de la cabecera). Y así, con estos hitos, es cómo toma impulso la «genealogía femenina», una herencia que continúa en todos los ámbitos -crecen ramas de predecesoras- gracias a una parte de la sociedad que convive inspirada por un movimiento feminista que unos pocos temen y tantos «otros y otras» -con permiso de la RAE- tratamos de practicar sin excusas.

@anaharo0