TW

Hay una diferencia abismal entre oír y escuchar. De entrada, el primero contempla la opción inevitable de ser consciente de que algún ruido te merodea, mientras que el segundo lleva implícito la decisión de prestar mayor o menor atención a ese ruido. O sea, escuchar implica que oigamos mientras que cuando oímos no tenemos porqué escuchar si el mundanal ruido que nos envuelve nos importa un pito o dos.

No se trata de un aspecto metafísico, existencial ni filosófico. A lo que nos interesa le prestamos mayor atención que aquello que ni nos va ni nos viene y, por ejemplo, cuando nos encontramos ante alguien que nos supone un rollo optamos por poner cara de interesante y atender mientras en nuestra cabecita suena una musiquita absurda o intentamos recordar si la paella lleva o no guisantes.

Noticias relacionadas

Y esta actitud no solamente la adoptamos en el proceso comunicativo onírico. Entendería, te lo prometo, que a estas alturas del artículo me mandaras a tomar por saco porque te resulta aburrido lo que escribo y optaras, en el mejor de los casos, por una lectura en diagonal a la espera de ver si encuentras alguna 'pixada fora de test' que te justifique el tiempo que has invertido en pasarte por este coto privado de ideas. O que me fueras infiel con los compañeros de página, que seguramente dicen cosas más interesantes que yo.

A los que creemos en algo que está por encima de la existencia humana, nos gusta pensar que hay un porqué en la mayor parte de las cosas que nos ocurren, quizás porque estamos atentos escuchando qué nos dice el día a día y mientas unos no ven más allá de un simple halo de luz bañando el campo de Menorca, a otros nos da por pensar que es un majestuoso momento que esconde un mensaje que lleva implícito que somos unos privilegiados, independientemente de los contratiempos de cada uno. Por ejemplo, yo escucho las señales que me envuelven más por curiosidad que por devoción y donde mucha gente ve suerte, casualidad o fortuna yo veo constancia, esfuerzo, sacrificio y causalidad. En cualquier cosa.

Admito que también soy capaz de poner cara de concentrado regalándole a mi interlocutor la sensación de que le presto atención o que aquello que me suelta me interesa. O lo mismo que haces tú aguantando estoicamente hasta el final en este artículo cuando ni te va, ni te viene. Y todos tan contentos.