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La espera en el mostrador de embarque da para mucho cuando el vuelo primero se retrasa, después se retrasa más y finalmente se cancela y te desplazan al día siguiente. El proceso es conocido, paciencia en la primera espera, irritación en la segunda e indignación en la tercera, en la que te alteran los planes sin remedio. Es la fase de la resignación.

Es también el momento en el que compartes las experiencias frustradas de otros pasajeros. Ocurrió el viernes pasado en el aeropuerto de Barcelona, cuando Vueling canceló el vuelo de media tarde a Menorca. Paco y Trini, una pareja de Córdoba venía a pasar ocho días a un hotel de Cala Galdana. Por la mañana habían embarcado a sus dos hijos adolescentes a un campamento británico desde el aeropuerto de Málaga y ellos, a continuación, iniciaron desde allí su periplo programado con sincronía hacia los días de asueto en la isla menorquina.

Ocho días de paz, sin niños, sin obligaciones, en un lugar de sol, mar, tranquilidad y paisaje. Habían alquilado un coche para disfrutar con plena autonomía del destino. Pero les robaron una jornada y les rebajaron a la mitad la euforia vacacional y les cambiaron el humor de partida.

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Otros dos pasajeros eran jóvenes estudiantes y venían de matricularse en la universidad. Menos mal que no cancelaron el vuelo del día anterior, decían, a lo mejor habrían perdido la oportunidad de estudiar lo que habían elegido. Son dos ejemplos compartidos al azar en la sala del aeropuerto, de las 180 experiencias particulares que debían subir al avión.

La semana anterior había sido la compañía Volotea y en las anteriores otra vez Vueling las que han frustrado muchos planes.

Al saludar la llegada del 75 por ciento de la bonificación en los billetes no perdamos de vista la vulnerabilidad menorquina. Queda mucho por hacer.