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Aquí estoy, en mi particular rincón de pensar, un ullastre centenario de Son Vilar al que a lo mejor un día se encaramaron unos soldados ingleses, franceses o españoles en alguna de sus escaramuzas dieciochescas. Para seguir la tradición del periodismo veraniego trato de buscar asuntos leves y /o capaces de infundir optimismo y alegría de vivir como si estuviéramos dentro de un anuncio de cerveza. Y de hecho estoy metido en el mejor de los mundos posibles para ello: no hace nada que una antigua amiga a la que no veía desde hacía siglos me interpeló en un aeropuerto para declararme su conexión intelectual con mis artículos, y que echaba de menos mis recomendaciones de lecturas que antes prodigaba (algunos lo interpretan como pavoneo, le puntualicé)… ¿Cómo no estar eufórico ante semejante masaje del ego?

Así que alegría y sonrisa profidén como la del candidato Pablo Casado cuya mandíbula se va a desencajar si llega a ganar esas primarias que tanto han enardecido a la familia pepera, poco acostumbrada a estos alardes de democracia interna. Dejo por un rato los cuentos de John Cheveer que me ocupan las sobremesas de este verano bajo el árbol, y miro el infinito a través del entretejido de ramas para seguir pensando «en positivo» como aconsejan coaches e influencers, los nuevos clérigos del siglo XXI. Y empezando por el crucial tema de la temporada turística, entre el batiburrillo de informaciones que nos ofrece «Es Diari» y por lo que me cuentan mis amigos restauradores, no logro discernir si la cosa va bien, mal o regular, aunque cuesta como nunca aparcar y cenar sin reserva. Escucho mucho francés e italiano, buen indicio de calidad turística. Para el sector crítico tiene la culpa la ecotasa -que acabo de pagar con buen talante en un hotel de Girona-, y/o las políticas conservacionistas del Consell ¿No será más bien por la renacida competencia de países más asequibles?

Un nubarrón negro tapona hoy las ramas del ullastre y no me extraña nada ante las imágenes de muerte del Mare Nostrum que copan las portadas de los periódicos a las que es imposible sustraerse. Inés me llama desde la piscina para que salve a unas abejas que chapotean desesperadamente. Estoy tentado de mostrarle las imágenes de las ignominiosas muertes de los pobres refugiados en plena impotencia (¿desintegración?) europea, pero opto por hablarle de la progresiva desaparición de las abejas por obra y desgracia de los modernos pesticidas mientras salvo a las náufragas. Caen cuatro gotas pero el bochorno sigue siendo intenso y pegajoso. Bajo a Sa Plaça, mi habitual vía de acceso al centro, y me recibe una tufarada de cremas hidratantes en pestilente maridaje con efluvios queseros y aletazos sobaqueros. Compro fruta, embutidos, pan y entablo xerradetes varias con coetáneos tan perplejos como yo de tener la edad que tenemos. Y si les digo que no somos viejos sino airosos senectescentes, probablemente no me van a entender…

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Pasamos el fosquet artístico del puerto sentados en el Vermut, en un atardecer sin coches, para solazarnos con la puesta de sol (demediada por la ominosa chimenea de la Colársega), y con el perfil de postal de la ciudad suspendida sobre el mar (insuperable). Escuchamos gritos que abogan por un puerto permanentemente sin coches, vieja reclamación de muchos y la oposición de los menos. Los manifestantes son unos amigos con ganas de juerga pero con ideas claras al respecto, que en su día ya apostaron (y pelearon) por las jardineras y han conseguido en algunos puntos la gozada de poder cenar sin coches aparcados delante. Y es que en el fosquet de julio, y con la circulación cortada, la madre de todos los puertos luce de cuento de hadas…

Y finalmente gana Pablo Casado, el plusmarquista mundial de velocidad académica (media carrera de Derecho en cuatro meses, toda una proeza). Diversión asegurada con su vanguardista discurso de esa España de banderas en los balcones, defensora de la familia y la vida (no sabía que viviéramos en un país repleto de partidarios de las comunas y/o parricidas en potencia) y, por supuesto, de la Indisoluble. Lo dicho, juerga asegurada en plena canícula, sobre todo si al programa de Casado para el siglo XXX añadimos la extrema fragilidad parlamentaria del Gobierno, el golpe de mano de Puigdemont que arrasa con el sector moderado del PDeCAT y con todo atisbo del legendario seny catalán, y cómo no, los consabidos estropicios del sin par Donald Trump y sus locos seguidores, crecidos ahora en España con la restauración «sin complejos» en curso.

Pero no perdamos el buen humor estival y brindemos, con Graham Pearce, la estupenda cerveza de Sant Climent y nada, a preocuparnos por cosas que realmente nos tienen que preocupar, como el sucesor de Cristiano Ronaldo en el Real Madrid, o los diferentes matices del pujante movimiento Menorca First, cuyo primer objetivo, según me cuentan, es lograr la independencia de Mallorca…

Ala idò, a sestear de nuevo.