Hace tres años un conocido periodista publicó un artículo relatando su experiencia de vivir sin WhatsApp durante un mes. Tras escribir en un grupo avisando a varios amigos, eliminó el perfil en WhatsApp y borró la aplicación del teléfono. En los días posteriores, informó de su decisión varias veces en Twitter y Facebook. Aunque seguía utilizando otras aplicaciones para comunicarse por cuestiones de trabajo, el tiempo que dedicó a la mensajería instantánea descendió considerablemente. Su primera sorpresa se produjo cuatro días después de la desconexión. Un amigo llamó al periodista para preguntarle por qué se había dado de baja. Al periodista le llamó la atención que no le preguntara si se encontraba bien, sino que todo su interés versara sobre el motivo de abandonar la aplicación. A medida que pasaban los días, el periodista se sentía a ratos aislado. Con el paso del tiempo, esa inquietud terminó desapareciendo y descubrió otras sensaciones que había dejado de experimentar. Entre ellas, el efecto liberador del silencio. Aunque en alguno de sus viajes echó de menos compartir alguna foto o relatar alguna experiencia por WhatsApp, el periodista relataba que, por primera vez, dejaba de sentirse encadenado a esa obligación invisible de responder la cadena de mensajes. Cuando concluyó el período de desconexión, el periodista decidió volver a usar la aplicación por motivos de trabajo. Sin embargo, durante unos días había aprendido a corregir algunos malos hábitos digitales, entre ellos, mantener charlas personales sobre temas importantes que podían dar lugar a interpretaciones erróneas y malos entendidos.
¿Tiene caldereta sin langosta?
La tribu de los desconectados
19/08/18 21:22
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