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Franco, ese hombre», fue el título del documental que el mismo dictador encargó para glosar los denominados «25 años de paz» que conmemoraba el franquismo en 1964 tras la Guerra Civil. El aparato propagandístico dirigido por Manuel Fraga Iribarne, con la dirección del cineasta afín a la causa, José Luis Sáenz de Heredia, parió un trabajo previsible, un masaje adulador y por tanto grotesco en muchos pasajes, en el que la vida del generalísimo asemejaba a la de un mesías salvador que había sacado a España de la miseria, salvándola de la irrupción del comunismo hasta situarla en el desarrollo.

Como otros muchos absolutistas de la historia, Franco no fue una excepción para consolidar su dictadura. Además de contar con el Ejército y la legitimación de la iglesia, hasta morir en la cama y gobernar 40 años tuvo que disponer de un apoyo social del que hay suficientes pruebas, aunque muchos se retracten de ellas, bien porque no había alternativa posible o bien porque el país emergía entonces de la indigencia que había provocado la lucha fratricida con su alzamiento. En ese apoyo, por razones obvias, nunca aparecieron los más reprimidos, que fueron encarcelados y fusilados en la postguerra, o apenas contaron para el estado cuando quedaron libres.

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Quizás por ello, cuatro décadas después de su muerte, todavía una parte de los españoles no desprecia a Franco y llega a mostrarle admiración, como ha revelado el manifiesto reciente firmado por centenares de jefes y oficiales retirados.

Si esa carta se hubiera limitado a loar la condición de profesional del Ejército contra quienes la desvirtúan podría entenderse como una explicación corporativista o dirigida a reconocer sus aptitudes castrenses. Pero cuando excede a otro tipo de consideraciones respecto a su «obra política» pasa a ser ciertamente incomprensible, quizás más propia del documental sobre su figura de 54 años atrás.