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Hace ya muchos años que Juan T, uno de mis personajes, se casó en la novela «La Vall d’Adam» con la chica que le gustaba. La enigmática T de su apellido, según las malas lenguas, significaba «tonto», sin embargo no debía ser tan tonto el personaje cuando, ante la pregunta del sacerdote respecto de si estaba dispuesto a amar a su mujer en lo bueno y en lo malo hasta que la muerte los separara, dijo: «¿Y no podría haber una rebaja?» A lo que el sacerdote respondió: «No se acostumbra» Ya digo, ha llovido mucho desde entonces, y hoy en día hasta los artistas más viejos se atreven a pedir en matrimonio a su novia en plena ceremonia de los Grammy, como ocurrió hace poco. Las novias de los tiempos de Juan T tenían que llegar vírgenes al matrimonio, y eran susceptibles de ser devueltas si no cumplían ese requisito, y hoy en día dos abuelitos todavía pueden ser novios y estar cargados de nietos. Yo lo comprendo, no están seguros de si la relación de pareja será llevadera y la ponen en práctica, a veces durante años, hasta que se casan -o no- poco antes de la hora de la muerte. La cosa se complica cuando los fracasos de las tentativas se multiplican y uno -o una- ha tenido ya media docena de parejas y no sabe a ciencia cierta con quién se despierta cada mañana. Entonces surgen esas frases curiosas que definen mal la situación, frases como el hijo de mi marido o el padre de mi hijo, mi compañero o mi pareja; los tiempos cambian tan deprisa que el lenguaje se adapta mal a tanta variedad.

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También se da el caso de gente que recurre a las muñecas o los muñecos. No me refiero a coleccionar muñecas Barby ni muñecos Kent, sino a otra clase de muñecos, hechos con silicona, a tamaño real y de tacto tan perfecto que solo les falta hablar. Por cierto que lo de hablar también tiene solución, porque algunos fabricantes están pensando en instalarles software de habla, a fin de que sean como los replicantes de algunas películas de ciencia ficción. No es broma, ya existen personas que coleccionan esta clase de muñecos, gente que incluso ha pasado varios divorcios y no consiguió adaptarse a las relaciones de pareja. Y también existen burdeles con muñecas de tamaño real, que seguramente son la mar de fieles y la mar de sumisas. En fin, ustedes saben muy bien que en estos tiempos que corren han proliferado los «hogares unipersonales», lo que antes llamábamos fadrinots, y resulta que algunos de estos hogares se llenan de muñecas y uno ya no siente ni la soledad.