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Tot està dit, argüía el director de este medio, catedrático de escepticismo, con el que compartí cuatro lustros de trabajo diario. Es una sensación del periodista que ha vivido muchos acontecimientos diferentes y que, en el fondo, son o parecen iguales.

Ocurre con el caso del desafío catalán, que es diferente y sin embargo evoca el precedente vasco, malogrado por la violencia e inviable ahora hasta, al menos, el tiempo necesario para purgar la herida social. Entonces, Xabier Arzallus, aquel líder nacionalista que en su juventud había pasado por el seminario, llamaba chicos de la gasolina a quienes desfogaban las hormonas juveniles en la kale borroka como apoyo separatista.

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En la juventud se apoya ahora Torra, en ese tramo de edad por naturaleza revolucionario, para mantener la llama de lo que considera lucha de un pueblo, aunque realmente naciera promovida como una huida hacia adelante de la derecha más corrupta.

Pero Torra no se parece al líder de la boina, es un segundón con el sueldo más alto de la política española, que arengaba a sus chicos con un «apreteu» sin calcular que ese mensaje se lo puede llevar por delante antes de, como Mas, forzado, poder dar el paso a un lado.

Indepedientemente de cómo acabe, tiene la mentira en común con los grandes movimientos populistas. Se puede ir atrás en el tiempo o mirar aquí cerca al brexit. No hay exilados, como se sigue oyendo en conversaciones y manifestaciones, y dudo que los políticos del patinazo de octubre del año pasado estuvieran hoy presos si el prófugo Puigdemont hubiera dado la cara ante el juez en vez de escapar. Su huida evidenció el riesgo real de fuga de los hoy, perdón, procesados por el procés, que ahora tiene más chicos de la gasolina que capacidad de reflexión y autocrítica.