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Las ordenanzas municipales para la convivencia ciudadana surgen a raíz de comportamientos incívicos y del progresivo deterioro del espacio que es de todos. Las restricciones para velar por el descanso de los vecinos o por la conservación del mobiliario urbano, por ejemplo, son algunas de las cuestiones que regulan unas normativas municipales que de un tiempo a esta parte parecen haber incluido en su listado de actividades molestas a los músicos. Así se sienten por lo menos muchos profesionales de esta disciplina artística, que consideran su actividad «arrinconada» por esas normas de los ayuntamientos. Para ello han constituido una asociación con la que pretenden unirse, reivindicar derechos, y que les represente ante la Administración.

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A menudo son los municipios los que reclaman a los músicos para dar vida a sus calles. Sin música muchas de las actividades al aire libre que se organizan, especialmente en verano, como mercadillos, rutas de tapeo y vermut, festivales locales, no tendrían sentido. Las bandas locales, los músicos, encuentran en toda esa programación una salida laboral y sin ellos esos eventos no serían lo mismo.

Cuando los ayuntamientos hablan de dinamizar los centros comerciales sin duda la música es un elemento indispensable y no es justo que el esfuerzo de formación, estudio e inversión en instrumentos que hay detrás de sus actuaciones no sean tratados con la dignidad que se merecen. Los músicos también se han cansado del ninguneo. Su producto, intangible, no es la causa de que la gente no sepa beber, o ensucie las calles, o se desgañite y grite sin respetar el descanso de los demás. La música en la calle no rompe la convivencia, más bien la promueve. Siempre es difícil encontrar el equilibrio, hay quien encuentra el vuelo de una mosca ensordecedor, pero lo que piden es lógico. Tener voz en las normas que regulan su trabajo, del que tienen que vivir.