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Sería ventajista hablar hoy de todo lo que conocemos en torno al aislamiento eléctrico. No es momento de buscar responsabilidades sino de paliar daños y restablecer el suministro con presteza, como me decía la alcaldesa de Ciutadella.

El suceso me ha traído a las mientes otra vez aquella frase del primer delegado del gobierno socialista en la Isla, «Menorca ha dejado de ser el último lugar de la Tierra». Ojalá fuera cierto, Moncho, la sensación persiste 35 años después y los méritos son propios, no es cosa de buscar culpas ajenas.

El abastecimieto energético encierra una de las mayores contradicciones de la sociedad menorquina. El mensaje de las energías limpias cala como el agua intensa de los últimos días, sobre todo si se utiliza el sinónimo de energía alternativa, verde. Sin embargo, cualquier paso que se da en esa dirección aparece lleno de tropezones.

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Hay ‘jurisprudencia’ abundante en las últimas décadas. Se han promovido parques de aerogeneradores, que han sucumbido frente a la oposición de quienes alertan del riesgo que suponen para la avifauna. Es sabido que las palas de los molinos pueden matar un alimoche y la sociedad menorquina ha preferido salvar los pájaros. Además los aerogeneradores crean un impacto visual que no compadece con la reserva de biosfera.

Optemos entonces por lo solar. Se promueve uno con capacidad para satisfacer el 20 por ciento de la demanda menorquina. Tampoco, afecta a un paisaje pétreo único, como todo lo menorquín. Aún no está claro qué pasará, pero mientras se nos caen las torres y el sistema, nos quedamos sin luz en el siglo XXI y despertamos de nuestra talayótica felicidad.

En Alemania se acaba de construir un parque eólico marino -de diseño y material español-con capacidad para abastecer a 350.000 familias. Estará sobre una reserva marina, qué brutos.