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Han venido doce mil turistas menos que el año pasado, y los ingresos en el sector comercial han sido en general inferiores al año pasado. Lo indican las cifras de pasajeros del aeropuerto y las encuestas de PIME respectivamente. Comparado con 2017, se aprecia efectivamente una pérdida en términos de llegadas y de resultados en algunas ramas de actividad.

Sin embargo, el gasto turístico ha aumentado y la rentabilidad de los grandes establecimientos de alojamiento ha mejorado o se ha mantenido. Los resultados de la encuesta de gasto turístico, al menos los de septiembre, los últimos que recuerdo, muestran aumento del dinero que dejan los visitantes.

Además, se ha esponjado el agobio tradicional de julio y agosto en beneficio de los meses de principio y fin de temporada, objetivo perseguido desde hace años para conseguir una temporada más larga.

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Por tanto, la conclusión apunta hacia una temporada buena. La de 2017 fue excepcional en todos los sentidos, récord en pasajeros y negocio. Aspirar a mejorarla en un contexto de recuperación de otros destinos mediterráneos con precios mucho más bajos constituía un reto casi utópico. Los británicos, nuestro principal nutriente, e incluso franceses e italianos, han puesto rumbo hacia la lejanía, pero han permitido el crecimiento del turismo nacional.

Hay dos datos con los que me quedo para considerar buena la temporada turística. Luis Pablo Casals, presidente de Ashome, aseguró en verano: «Mantenemos los precios para no tirar el destino», una apuesta por la calidad que está dando resultados. Y la tasa de paro alcanzó en julio el índice más bajo, 5,5 por ciento, en una década.

Siempre he pensado que, aunque posiblemente resulte poco académico, la comparación quizás deba realizarse sobre 2016, otra temporada extraordinaria. Sobre ese referente gana la de 2018.