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Es una realidad, si naces mujer tienes ciertas desventajas, y pierdes algunas libertades. Contaré una personal que me ocurrió el fin de semana pasado. Tenemos costumbre los domingos de desayunar chocolate a la taza, y otro de los caprichos calóricos es acompañarlo con croissants. Como nos gustan frescos del día voy a una panadería-pastelería céntrica de Mahón. Esta vez fui andando. Quince minutos de puro placer matutino. El frescor de la mañana, oler los despertares de ciertas casas que desprenden aroma de café de una cafetera italiana, la de toda la vida. Ves a algunos jóvenes veinteañeros salir de los pubs contentos, y otros haciendo eses por la acera. Te cruzas con personas mayores que también se apresuran a comprar pan o bollería para sus casas, o a sus nietos. Algunos corredores y grupitos de ciclistas. Y juventud preadolescente equipada para jugar al baloncesto. Si pasas por alguna cafetería, escuchas el sonido de arranque de las máquinas de café, con clientes aun soñolientos. Gente que va al rastro a montar su puestecito, o a ver qué ganga se llevan un domingo. O los primeros clientes de los puestos de fruta y verdura de km0. En resumen, un placer costumbrista.

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En la panadería había un chico delante mío un tanto indeciso, hasta que al final decide comprarse su capricho. Se va y me despachan. Pido lo de casi siempre, dos o tres croissants vacíos. Cuando salgo a caminar siempre me gusta volver por una ruta distinta de la que he hecho antes. Así que decido callejear por Mahón. Y es cuando comienza mi persecución. El chico de la panadería la toma conmigo y siento que me sigue, intimidándome por completo. Tenía varias opciones de recorrido, decido en cuestión de segundos ir por las calles más anchas, las más claras a la luz del día, y las más pobladas. Evito meterme por atajos de callejuelas, de parkings. Siempre recordando los consejos de mis padres en mi juventud. Andando, de soslayo veo que ‘el pavo’ me está siguiendo los pasos y es cuando decido llamar con el móvil a mi casa. Pasan unos minutos eternos para mi, hasta que se pone mi pareja. Y empiezo a hablar en voz alta. Calle Gràcia, Anuncivay y Camí des Castell, que es cuando me paro en seco y decido que me pase mirándole con cara de cabreo. El susodicho tiene la poca vergüenza de saludar, que no se lo devuelvo. Veo que se va pero a mitad de calle decide volverse –en todo momento estoy hablando por teléfono–, y vuelve a ponerse detrás de mi. Pero mi actitud ya le disuade. Y decide escabullirse por una calle colindante. ¡No hay derecho a que por ser mujer tenga que andar en mi ciudad con cierto cuidado por mi seguridad e integridad!

@sernariadna