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17-XI-18

Una de las ventajas de esta modalidad periodística del dietario es que te permite escapar de la inmediatez y la precipitación. Puedes asentar tus reflexiones, ponderarlas, enriquecerlas con aportaciones ajenas, matizarlas, diferirlas, y, muchas veces, acabar eliminándolas (¡qué maravilla el ordenador para estas labores de adelgazamiento de textos!) por banales, reiterativas o potencialmente tóxicas en un medio tan transversal como éste, leído por gentes de toda condición y diversas formas de pensar y con distintos grosores de epidermis.

Ahora mismo acabo de suprimir una parrafada excesiva sobre desayunos con sapos en forma de opiniones/ destralades que sientan mal, para centrarme en la entrada prevista: los límites del humor, alrededor de lo acontecido con el humorista del «Intermedio» Dani Mateo y su numerito con la bandera de España, pero por cuestiones de espacio lo tendré que dejar para mañana, domingo sin fútbol y con amenazas de lluvia. Hoy debo conformarme con hacer partícipe al lector de un delicioso hallazgo gastronómico: prueben los callos «de Madrid al cielo» en el pasaje del Carmen de Mahón. Sencillamente gloriosos.

18-XI-18

Cielo encapotado con engañosos retazos azules. Tiene mala pinta. Como el asunto de la patente crisis del sentido del humor en nuestras modernas sociedades, particularmente en la nuestra. Vaya por adelantado que suelo ver todos los días la primera media hora de «El intermedio», es un noticiario alternativo que me hace sonreír y en estos tiempos convulsos no es poco lenitivo. Pero no me gustan las astracanadas, como la que perpetraron Wyoming y Mateo con un muñeco de Franco metido en un sarcófago dando vueltas por el plató, o en el episodio de marras en el que Dani Mateo se sonó la nariz con una bandera española…

Pero lo que a uno no le gusta no tiene por qué ser delito ni motivo para noches de cuchillos largos en las redes sociales, ni mucho menos campañas para agredir físicamente al cómico. El fondo del asunto, nos dice el escritor Ignacio Martínez de Pisón, es el de siempre: aprovechar cualquier ocasión para poner límites al humor. Tolerancia sí, pero de sentido único: yo me puedo reír de tus cosas y tú no te puedes reír de las mías. Ocurre sin embargo, continúa el escritor, que el humor tiende precisamente a romper los límites y no hay mejor herramienta para desacralizar lo más sagrado: por ejemplo, las patrias y las religiones, que inspiran sentimientos muy parecidos…

20-XI-18

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Para honrar a mis suegros, unas magníficas personas, mis hijos posaron con el manto de la Virgen del Pilar en una de aquellas maravillosas navidades zaragozanas en las que nos reuníamos en la casa de los abuelos en días de vino, juventud, y risas… Hoy leo con estupor que la Pilarica aparece con el manto de Falange. País de cretinos, este.

Le preguntan hoy al prestigioso historiador Alvarez Junco en La Contra de La Vanguardia si el juicio a los independentistas será a presos políticos catalanes o a políticos presos, y aporta un matiz interesante: «Políticos presos que han delinquido pero por motivaciones políticas y esa cuestión tan delicada va a ser dirimida por jueces que, me temo, ignoran estos matices»…

21-XI-18

Estoy plácidamente instalado bajo una acogedora bóveda celeste azul pastel que me arropa como lo haría una suave y vaporosa sábana de tiempos de la abuela. Oigo, lejanas como el eco, las voces de mi hijo Jordi, su colega y amigo José Sandro y la de la causante directa de mi beatífico estado, Briseida, la extraordinaria anestesista venezolana que sufre, en la distancia y sin perder la sonrisa, la desastrosa situación de sus familiares.

Mi sensación es lo más parecido a «Lucy in the sky with diamonds» que habré experimentado en una vida sin otra droga que el artículo semanal para «Es Diari» (y el Barça). Pero en el quirófano no suenan los Beatles sino Leonard Cohen (cortesía de mi hijo) y, a pesar del delicioso sopor, sé perfectamente lo que me están haciendo paso a paso: después de más de cuarenta años operando cataratas, hoy me toca a mí. Suerte, chicos, a mí que me registren.

22-XI-18

Prosigue con inusitado brío la feria de los improperios que se va adueñando por momentos del espacio público. La legendaria tendencia a la dramatización de los españoles les lleva sin fundamento racional alguno a llamarse «golpistas» o «fascistas» unos a otros, como si no hubiéramos aprendido nada de la historia. Los que sufrimos el franquismo o el 23-F (no digamos los que vivieron el «glorioso alzamiento») sabemos lo que es un golpe de Estado o el fascismo. Y llamar indigno hooligan a un ministro, o cómplice del golpismo a un presidente del Gobierno, son exageraciones tremendistas que solo añaden crispación al necesario debate público. ¿Dónde quedaron aquellas envenenadas pero corteses réplicas parlamentarias de antaño?, ¿dónde fueron a parar la ironía y el buen humor? Un país que no sabe reírse de sí mismo pinta mal.