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Me considero de las personas que les aterra la idea de tener amigos o amigas invisibles. No tanto por el hecho de no verles el rostro sino por lo del regalo que conlleva. Me da más miedo lo que me puedan regalar que el hecho de que no guste mi regalo. Es una de esas situaciones en las que la vida nos pone a prueba.

No lo digo por la intención de la persona que lo regala, que, seguro que es buenísima, sino porque soy raro, soy un bicho rematadamente raro, cuyos gustos son complicados y las necesidades, mínimas. Tengo todo lo que quiero y, por culpa de los excesos, no quiero todo lo que tengo. Me sobran muchas cosas que ni uso, ni necesito.

Lo del amigo invisible supone un auténtico reto que encima se empeora fijando un presupuesto máximo. El desafío se encabrona cuando tienes que acertar el regalo y que no supere un tanto de euros para equiparar la calidad/cantidad del obsequio a la del resto de comensales.

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Aquí, las personas creativas se forran, porque son capaces de crear auténticas obras de arte con poco. Mis regalos son más materiales que creativos. Sigo con el trauma de suspender la asignatura de plástica en varias ocasiones en EGB y ESO. Sí, aquella asignatura que nadie suspendía.

Si mi amigo invisible leyese estas líneas, le pediría tiempo. Más tiempo para disfrutar y quizás no tanto para trabajar; le pediría salud, aunque últimamente procuro cuidarme más que antaño; le pediría una tarde entera de risas y un remedio casero contra el posterior dolor de mandíbula. ¿Sabes qué sería la repera, amigo lector? Un medidor de prioridades más adaptado a la realidad, que nos hiciera ver a qué le dedicamos el tiempo y los esfuerzos y a qué deberíamos hacerlo en realidad.

¿Ves? Lo que te decía, soy un bicho raro con gustos complicados de satisfacer. A estas alturas puede que mi amigo invisible ya me haya hecho llegar su regalo y a ti, el tuyo. Estoy inmensamente feliz de que alguien se haya roto la cabeza pensando en un detalle para mí y creo que tu tendrías que hacer lo mismo. Y, poner la mejor de tus sonrisas a la hora de abrir el paquete. No tanto por el contenido sino porque viene envuelto por el hecho de que alguien te haya regalado su tiempo.