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No hacían falta alforjas, según recuerda y enseña un refrán tan sabio como antiguo. Serán los técnicos, que para eso hay buenos ingenieros, los que decidan el diseño del tramo Mahón-Alaior de la carretera. Justo lo que han reclamado los sensatos y personas ajenas a la vida partidista sobre temas que necesitan más conocimiento que ideología.

Demoledores no son precisamente los puentes sino los informes que la autoridad competente ha encargado en auxilio de su rompedora decisión. Pero los informes han concluido, como en sus día predijo El Parrita, que ‘lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, maestro’. La valentía y el compromiso político encuentran el límite en la legalidad y en los criterios de eficiencia económica que en las últimas décadas se ha consolidado en la normativa.

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Deshacer lo hecho ha de estar más que justificado, no basta el criterio político del me gusta o no me gusta o lo cambio en atención a bienes presuntamente superiores. Después de aeropuertos sin estrenar, flamantes estaciones de Ave sin pasajeros, pistas de esquí sin nieve o desaladoras sin agua, se ha puesto coto a los desmanes a través de la legislación.

No es el mismo caso, pero cualitativamente se percibe el mismo aroma derrochista. Lectores habrá que recuerden las interminables obras del Museo de Menorca en los años 80, donde más de una estancia ya acabada fue desmontada, el material tirado, y se volvió a comenzar. Un arquitecto de renombre y un sistema político imberbe lo permitían, pero de los muchos casos vividos, ha aprendido el sistema.

Pero la batalla ni está ganada ni está perdida para nadie. Volverán las blancas camisetas de tus arcenes sus protestas a gritar (perdóname, Bécquer, que estás en los cielos). Esta vez, a juzgar por lo visto, no estarán solas, hay otra corriente enfrente.