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Cuando el fútbol invernal danzaba aún sobre los campos de tierra embarrados e impracticables de la Isla, cuando el balompié menorquín era todavía la mejor oferta de ocio -por no decir, casi, la única- durante los fines de semana, un joven ferreriense comenzaba a despuntar de levante a poniente. Era Lluís Pons Riera, ‘Lluís Viroll’, uno de los jugadores autóctonos más relevantes de los 80 y principios de los 90, la época previa a la implantación del césped artificial cuando el fútbol de antaño pasó a mejor vida.

El más pequeño de la prolífica estirpe de futbolistas de Ferreries, Nito, Miquel, Min y Lluís, todos de nivel notable, aunque todos de características diferentes, abandonó este mundo la víspera de Navidad de forma inesperada y prematura, cruel en definitiva, a los 54 años de edad, en Ciutadella.

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En el campo Lluís Viroll fue rápido, desequilibrante, temperamental y goleador. Con un lenguaje ferreriense de lo más cerrado, sobre el terreno de juego era discreto hasta que entraba en acción y levantaba el partido con penetraciones y desbordes fruto de la velocidad que siempre definió su juego. Capaz de enfrentarse al más violento de los defensas rivales, Lluís fue partícipe de dos de los hitos más recordados en el fútbol contemporáneo de Menorca. Formó parte del equipo titular del Sporting Mahonés, junto a sus hermanos Min y Miquel, que logró el primer ascenso a Segunda B, en 1987, liderado por Vicente Engonga. También sentó cátedra en el mejor CE Alaior de la historia del club de Los Pinos, aquel que se proclamó subcampeón de Tercera División en la temporada 1989-90.

Solo por esos dos singulares registros Lluís Viroll ya merece una consideración especial que no alcanzó su carrera, anclada en la Tercera División, cuando su nivel futbolístico debió llevarle al menos a una categoría superior.

Las generaciones futuras deberán recordarle como un futbolista sobresaliente que se fue de improviso, con la misma rapidez que le hizo célebre en los campos de la Isla.