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Acabamos de pasar una de las fechas agoreras del calendario, la que predice que el tercer lunes de enero se dan el conjunto de factores que nos van a hacer sentir tristes. El inventor de la fórmula que le da un aire científico a esta afirmación es un psicólogo colaborador de la Universidad de Cardiff, Cliff Arnall. Al parecer el jeroglífico de variables como deudas, poca luz solar, tiempo transcurrido desde Navidad y propósitos incumplidos nada más iniciarse el año arrojó como resultado el llamado Blue Monday con el que nos llevan bombardeando en los últimos días. Un lunes fatídico que se puede sobrellevar mejor si te compras algún ‘trapito’ por internet –para eso te llegan vía mail o en redes sociales cupones de descuento del ‘lunes azul’–, contratas unas vacaciones o vas a un spa a recibir un buen masaje en esa tristeza que te contractura la espalda.

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Es curioso cómo en los últimos tiempos no hay un mes en el que no haya algo que celebrar consumiendo o algo de lo que evadirse, también consumiendo. Después de disfrazarnos de muertos vivientes o calabazas en Halloween llega el Black Friday como avanzadilla de las compras navideñas; también tenemos el Cyber Monday, el lunes cibernético de compras on line. Por si después queremos lavar nuestra conciencia existe un Giving Tuesday, el martes para donar y unirse a causas solidarias.

Hay días para todos los ánimos y colores y así vamos encadenando acontecimientos para que el gasto no decaiga. ¡Qué tiempos aquellos en los que la cuesta se limitaba a enero! Son hechos constatados que ayer lunes llovió; que madrugar después del fin de semana seguró que costó un poco más; que muchos estarán lidiando con la tentación de abandonar sus propósitos de Año Nuevo y que otros desean ya que llegue febrero para recuperarse de los dispendios navideños. Pero estén tristes o felices cuando les dé la gana, no cuando lo ordene la mercadotecnia.