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Cuatro vidas. ¿Sabes que algunas noches, cuando me voy a dormir, me pongo en plan filosófico, metafísico, bohemio y místico y me doy cuenta de que somos una panda de privilegiados por estar vivos? Sí, sé que suena a chorrada -también lo creo- pero no deja de fascinarme las millones de posibilidades que había y que se alinearon para que fuera yo, para que fuera aquí, para que fuera ahora. Y eso, entre muchas otras cosas, es la vida.

La vida se resume, con un poco de suerte, en una setentena de otoños, con sus correspondientes primaveras, unas tres mil setecientas semanas aproximadamente y un buen puñado de días. Todo caduco, como las hojas, como los yogures. Y ello obliga a que tengamos consciencia y perspectiva para aprovecharla como se merece y como nos apetece. Solo yo decido como quiero vivir mi vida. Por ello, tras estos días ha habido una serie de casos que me han llamado la atención sobre la vida y su uso y disfrute.

El primero, inevitablemente, es el caso del pequeño Julen. A los dos años, su vida se ha visto trastocada por ese fatal accidente que nos tiene a todos en vilo en un deshoje de días más lento que la capacidad para que lleguen las noticias. Buenas o malas. No creo que a esos 2 años él haya sido muy consciente de todo lo que le pasaba, y ojalá, sí lo sea de todo lo que le quede por venir. No buscaba que le pasara algo así. Ojalá haya un final feliz entre tanta niebla y oscuridad.

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La segunda vida, es la de la penúltima, la antepenúltima, o la anterior, o cualquier víctima de la maldita violencia de género. Alguien decidió por ella que su vida había llegado a su fin. ¿Quién se cree con potestad para decidir algo así? La pena es que la justicia, en este caso, nunca llegue a ser justa y mucho menos efectiva. O disuasoria, me permitiría decir.

La tercera vida, es la del taxista arrollado en las manifestaciones en Madrid. Ojalá se recupere, ojalá todo quede en un gran susto y ojalá entienda que no hay nada, perdón, nada que justifique que tú te lances contra un coche que está en marcha. Porque donde pocos ven una injusticia, muchos vemos una necesidad. Y donde unos pocos ven atropello, muchos vemos la realidad. Pero qué desprecio hacia la vida, ese mismo regalo a los que a otros se le niega...

Pero para desprecio, el de la conocida como ‘alpinista en bikini’ que se dedicaba a coronar picos, sacarse unas fotos ligeras de ropa allá en lo alto y compartirlas por internet a modo de victoria... y de reclamo. Cada uno es libre de hacer lo que quiera y de maltratar su vida como le apetezca pero claro, si tu comportamiento es un imán para las desgracias, luego no te extrañe si te toca. Y te mueres. Y se acabó todo.