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Las revoluciones que en el mundo ha habido las ha hecho el hambre, no las ideas. Lo escribió Hannah Arendt, una de las mentes privilegiadas del colectivo judío que logró eludir el nazismo. Así se hizo la gran revolución comunista, a la que después se añadieron las ideas que arruinaron a dos generaciones de personas de los países del Este.

Venezuela ha realizado el recorrido inverso, las ideas que infectaron la organización de un país rico lo han convertido en un estado donde reina la dictadura y la miseria.

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Es posible que los ideólogos del llamado bolivarismo -esos activistas y presuntos intelectuales que luego fundaron Podemos en España- leyeran mucho a los autores del comunismo y olvidaran, si lo conocían, el pensamiento de Arendt. Los Monedero e Iglesias elogiaron el cambio del modelo venezolano y hasta emulaban el saludo del ‘comandante Chávez’ para que no quedaran dudas de identidad.

El éxodo ciudadano en busca de supervivencia y dignidad del otrora afortunado país hispano ha llegado a todo el mundo, especialmente a España. En Menorca se instalaron una docena de excelentes profesionales de la medicina. He conocido la experiencia de alguno de ellos, testimonios terribles e impensables que cargan de rabia y resignación el drama, tragedia en algunos casos, que han vivido.

En 2015 se abrió un halo de esperanza cuando, a pesar de la manipulación electoral, la oposición al actual sátrapa vociferante lo derrotó en las elecciones legislativas. Pero no logró que saliera adelante en 2016 el referéndum revocatorio de la Presidencia y un año después el Tribunal Supremo se atribuyó los poderes de la Asamblea Nacional. Ninguna buena noticia desde entonces, solo cifras en los diarios y las televisiones de más muertes y más detenidos.