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Bosco Marqués, durante muchos años director de este periódico, fue un hombre enamorado de su profesión. A su valía como persona le sumó entrega y pasión por su labor, absorbente y machacona, de ofrecernos a diario las noticias locales, nacionales e internacionales tanto políticas, sociales como deportivas. Cada día daba a luz un ser nuevo de papel tras una brega de denodadas reflexiones, valorando la importancia y la incidencia de las crónicas puntuales, procurando ser equitativo con todos nosotros, según la línea de la editorial. ¡Cada día! ¡Hasta en domingo! Y nunca paría Bosco un feto. Fecundaba hijos siempre más hermosos. El mismo Diari, antes de llegar él a su dirección, era un bebé canijo y progresivamente fue absorbiendo peso, hasta alcanzar la entidad actual, la misma entidad que tiene uno de nivel nacional.

Pero Bosco Marqués no fue sólo una persona valiosa y buena…Bosco fue más que eso. ¿Y cómo expresarlo? ¿Cómo expresar la identidad, la verdadera identidad, de mi amigo? Le he dado vueltas y se lo debo traspasar parafraseando una vivencia mía anterior que sintetiza claramente su inmenso nivel humano.

En cierta ocasión telefoneé a una familiar lejana mía, una señora ya de cierta edad, para pasarle mis condolencias, por su marido, recién fenecido. Era éste una persona tan suave, tan modesta y sencilla, que militar de profesión como era, cuando hablaba con un soldado, parecía por su pronunciada humildad que él era el soldado y éste, el oficial. En mi juventud, cumpliendo el servicio militar, cuando yo conversaba con él en el cuartel, no podía sino maravillarme con las trasparencias de sus beatíficas maneras, que se intuían cimentaban un alma de esas que solo nace una entre cien o entre mil, incapaz, verdad, de liar algo impropio, de dar un quebradero de cabeza, de la más mínima insolidaridad, y me daba por cavilar que si todas las personas fueran como él, el mundo estaría a salvo, en fin, un carácter seráfico, un ejemplo que siempre procuré seguir.

-Que bueno era…- le dije a la prima de mi madre, después de las salutaciones y de la condolencia.

Sentí en este momento que cuando una persona fenece, invariablemente, se suelta esta frase, y él era más que eso, más que bueno, porque buenos somos muchos, bueno soy yo, bueno es seguramente usted, pero él por su afabilidad, su condescendencia, su corrección y su incapacidad para el enfrentamiento merecían una frase más allá de cualquier expresión común.

-…Pero no tenía ningún mérito- me aventuré, nada menos, a añadir.

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A través del teléfono percibí el silencio de mi prima-tía, un lapso en el que ella juzgó mi frase, …una frase aparentemente inoportuna e impertinente.

-… ¿Qué quieres decir?- preguntó un tanto sorprendida.

-Qué nació así -respondí-, qué nació bueno, qué él nada tuvo que hacer, qué no tuvo que pulirse como nosotros, que nos cuesta llegar hasta la cima, donde él residía.

Mi prima-tía permaneció silenciosa, valorando mis palabras.

-Entiendo tu perspectiva …y me gusta –dijo finalmente-, …pero te diré una cosa, …sí tenía mérito, porque no lo perdió.

Lo mismo le hubiese dicho a la señora de Bosco en caso de haberla telefoneado y seguramente ella hubiera respondido de la misma manera que mi prima-tía.

Gracias por enseñarnos con tu ejemplo a ser mejores y gracias por tu amistad, Bosco.