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Electrodomésticos que podrán detectar tus emociones y reaccionar, en principio con algo tan inocuo y servicial como regular la temperatura del aire acondicionado o seleccionar una melodía en función de tu estado de ánimo. Esa es la tendencia del mercado que se ha visto en la reciente feria Appliance & Electronics World Expo (AWE) de Shanghái.

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No hace falta irse tan lejos para ver cuán cerca está de nosotros esa inteligencia artificial que permite a las máquinas conocernos e identificarnos. Precisamente Menorca ha sido elegida por Aena para implantar, en colaboración con Air Europa, un sistema de reconocimiento facial de los pasajeros. De momento es voluntario, una prueba piloto que si resulta ágil y efectiva se implantará en toda la red aeroportuaria española. Más seguridad y celeridad en las zonas de embarque son argumentos suficientes para acceder de buen grado a que el algoritmo –la palabra tecnológica de moda-, procese tus datos biométricos y te olvides del pasaporte, al fin y al cabo, ya hay móviles que se desbloquean por ese sistema. ¿Pero las emociones? Lo que más inquieta de los avances expuestos en la AWE 2019 es que los aparatos, mediante la lectura facial o el sonido de la voz, puedan saber cómo te sientes.

A lo largo de la historia de la humanidad todas las tareas que han podido ser sustituidas por máquinas lo han sido, nos hemos liberado de cargas pesadas al tiempo que se perdían esos trabajos. Pero siempre teníamos como garantía la creatividad y las emociones, eso son cosas de los humanos, eran el rincón donde refugiarnos, y desde luego, un nicho de empleo. Si como aventura el historiador Yuval Harari en su libro “21 lecciones para el siglo XXI” los sentimientos “no están basados en la intuición, la inspiración o la libertad” sino en el cálculo, ya que son mecanismos bioquímicos y por tanto son susceptibles de ser datos, estamos perdidos. ¿Llegará un aparato a conocerte mejor que la persona que vive a tu lado? ¿Podrá acceder a tu reducto más íntimo y ponerlo al descubierto? De la mano de la tecnología estamos entrando en un terreno tan fascinante como aterrador.