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El otro día vi el documental «Desmontando a Barbie». Un docu perfectamente diseñado para ganarse adeptas y adeptos a este juguete y, seguir vendiendo. Me gustó. Evidente, de pequeña tuve una barbie. Mi madre, que yo recuerde, me compró dos. Una rubia, creo, y otra de la cual me acuerdo perfectamente y jugué mucho era Jasmine, la princesa india de Disney. Después llegamos a tener la supervan de Barbie (de ahí en parte es por lo que se llama esta columna, por su autocaravana), los mellizos, y creo que llegamos a tener a Chabelita. Digo creo porque quedábamos con otras amigas a jugar y lo mezclábamos de tal manera que a veces nos quedábamos cosas de ellas, y ellas de nosotras. Cuento a mi hermana en el tándem de amigas de barbie.

Nunca se me pasó por la cabeza las medidas de la muñeca, y si tenía pecho, o era exquisitamente perfecta. Y nunca se me pasó por la cabeza ser como ella. Me parecía una muñeca ideal por su manejabilidad y por todo un mundo de accesorios. Y poderla peinar. Ahora recuerdo a la rubia le corté el pelo, y le pinté la cara, y luego la descoyunté la cabeza del cuerpo, debería tener la edad de tres, cuatro años, para experimentar todo eso. Jasmine me pilló más crecidita.

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A lo dicho, la verdad es que era muy feliz, o muy naïf según lo juzgue el lector. El documental muestra como las feministas de América del Norte cogen a esta muñeca como símbolo de la aberración de la mujer. Una muñeca que no les identifica. Mattel se pone las pilas, e identifica a la Barbie como mujer independiente, capaz de conseguir cualquier trabajo: astronauta, maestra, ... hasta que apenas unos años atrás 2017 con el proyecto «amanecer» Barbie empieza a tener sus curvas, sus muslos pegados, sus diferentes alturas y color de piel. Quizás lo que me llamó la atención sobre este universo Barbie era la mujer representada en la publicidad -se supone que era madre soltera, porque no se veía a su marido o pareja por ningún lado-, que criaba a su hija compaginando su profesión. Se me rompía el corazón cuando dejaba a su hija de año y medio casi dos, para irse a trabajar con juguetes mientras su hija iba a hacer lo mismo. Es paradójico. Me hubiera gustado ver que Mattel en su gran edificio tuviera una guardería para las mujeres empoderadas que trabajan allí y que no se les caiga el alma al suelo cuando se tienen que despedir de sus hijos a trabajar ¡con muñecas! En este proyecto «amanecer» también me hubiera gustado ver muñecas -en su proceso de reproducir la realidad social, una vez más- en sillas de ruedas, alguna muñeca con prótesis, o con síndrome de down, o simplemente menos maquillada. Inclusión, normalidad. Como también me hubiera gustado ver , si es lo que quieren que las niñas y niños jueguen: que Ken -el chico- tenga también protagonismo y, lleve el pulso del hogar y compartan quehaceres diarios. Y tenga las mismas transformaciones que su compañera. Ya después cada uno en su casa, mediante el juego, puede reproducir la familia diversa que quiera.

@sernariadna