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Ya llegó la primavera, las plantas florecen en todo su esplendor y los alérgicos se enchufan antihistamínicos para combatir esos estornudos, picores y lagrimeos tan molestos. Con la primavera la madre Naturaleza nos muestra una paleta infinita de colores (frase cursi hasta el vómito por exceso de azúcar), y al mismo tiempo acrecienta la ansiedad de las personas ansiosas, o nos castiga con su famosa astenia que nos deja más tirados que a un conejo después de aparearse, se veía en los documentales de La 2 como después del chillido final hembra y macho se tiraban juntos al suelo, así es la fauna. La primavera trae el solecito de los días más largos y las dosis extras de melatonina y serotonina, pero también el jodido asma y demás problemas respiratorios. La bella primavera, la puñetera primavera.

Queda claro pues, queridos lectores, que la primavera trae cosas muy chulas y otras que no lo son tanto. Y esta primavera en concreto, no pasa en todas, nos ha traído también la aparición de los políticos hasta en la sopa. La proximidad de las citas electorales hace que veamos políticos en ferias y saraos de todo tipo, paseando por el centro de nuestros pueblos y ciudades repartiendo sonrisas y saludos hasta a las farolas. Es curioso porque a muchos de ellos no se les ve el pelo una vez puesta la papeleta en la urna. Será que se mueven en un mundo endogámico, donde solo se relacionan con gentes de sus siglas, del que solo salen para pedir el voto, o será que les gusta pisar moqueta y hotel más que a un pijo milenial ponerse un ‘fachaleco’ con camisita azul debajo.

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No caeremos en la simpleza de decir que todos los políticos son iguales, es obvio que los hay corruptos y honrados, que los hay que tienen profesión y no necesitan del partido para vivir (quizás son los menos) y otros que se enganchan a la teta de su afiliación partidista a ver si cae algún carguito que les de la vida que de otra manera nunca conseguirán. También los hay que saben situarse, más o menos, en pleno siglo XXI, y otros que miran con añoranza al pasado y proponen con alegría reformas que nos llevarían de cabeza a lo más oscuro del siglo XX, e incluso de la época medieval.

No se extrañan que dentro de poco esos políticos siniestros, envalentonados por toda la publicidad que les dan los medios, pidan derecho de pernada para los nobles, o defiendan que la tierra es plana y la creó Dios con sus manitas, y lo de Darwin y el Big Bang son cuentos chinos, o que soliciten la pena de muerte por garrote vil a todos los sospechosos de pensar por su cuenta, o exijan el regreso de la Santa Inquisición, o incluso anuncien que tienen la cura contra la homosexualidad porque es una enfermedad del diablo... perdón pero algo parecido ya ha dicho, ¿no? Estos tipos dan más miedo que los muertos que veía el niño de la película «El sexto sentido» y del que me he aprovechado para parafrasear el titulo de este articulo. ¡Qué grande es el cine! y cuanta mierda dejan en las butacas los comedores compulsivos de palomitas.

Si estos días se les acerca algún desconocido muy sonriente y con ganas de darle la mano sin motivo aparente, desconfíen, si solo sufre ligeras molestias relájese, son las cosas del polen, pero si siente un pinchazo agudo en el estomago, acompañado de nauseas, corra, igual es algún aspirante a dictador que se ha disfrazado de demócrata, y les aseguro que la larga patología que sufriremos con estos tipejos no se cura con antihistamínicos. Feliz jueves de primavera.