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Nunca te acostarás sin saber una cosa más; ahora resulta que un estudio del Centro Nacional para la Biotecnología de los Estados Unidos afirma que los dientes de leche podrían salvar la vida de los niños cuando sean adultos, porque contienen células madre. Parece ser que esas células podrían ayudar a regenerar cualquier otro órgano en el futuro, puesto que las células madre tienen la facultad de convertirse en cualquier célula del cuerpo. Pero para ser útiles los dientes de leche deben congelarse en nitrógeno líquido al desprenderse, y mantenerse al cuidado de una empresa especializada. Lo bueno es que ese tipo de empresas ya han empezado a florecer. Lo malo que se pierde la magia del ratoncito Pérez o del hada de los dientes, que eran los encargados de transformar los dientes caídos en una golosina. O un ángel, porque a mí, cuando era niño, me decían que era un ángel el encargado de transformar el diente depositado debajo de la almohada en un plátano, o en un billete de una peseta, lo cual es mucho más romántico, digo el hecho de que el mago sea un ángel rubio, con plumas de plata y cara de niña rubita y -nunca mejor dicho- angelical.

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Sin embargo, los dentistas que todos conocemos, aunque expertos y bienintencionados, no suelen tener varitas mágicas, y con solo ver el sillón ajustable y apoteósico que se manejan a muchos nos entra pánico. Lo cierto es que he tenido suerte y no he tenido que servirme demasiado -toquemos madera- de esos profesionales. Era todavía un adolescente cuando me arrancaron la única muela que me falta, porque había tenido un acceso de dolor insoportable. Dicen que hoy en día las cosas no se hacen así, pero en tiempos... ya se sabe. Los tebeos solían andar llenos de chistes de dentistas que infundían más miedo que el demonio, y la gente recurría al rudo sistema de atarse la muela con un cordón al picaporte de la puerta, para que al entrar alguien se la arrancara de un tirón. Lo malo era si la puerta se abría en sentido contrario, es decir, hacia las propias narices, o si el paciente se arrepentía en el último momento y se desplazaba con la hoja de la puerta para evitar el estirón. En todo caso, el susto para el desprevenido autor de la masacre, debía de ser mayúsculo. Pero el dolor de muelas puede ser inaguantable, solo así se explica que los sacamuelas de la Edad Media fueran los barberos y que actuaran en la plaza pública, o que alguien haya recurrido incluso a unas tenazas de carpintero, así, en vivo y en directo.