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En Alaior el tiempo no pasa. Desterrado el bipartidismo característico de la democracia española durante décadas en la mayoría de instituciones públicas, la irrupción con fuerza de las nuevas formaciones políticas en la pugna electoral de hace cuatro años modificó el panorama nacional, autonómico y local. El reparto de sillas se extendió más allá de PP y PSOE en la formación de los respectivos gobiernos.

Sin embargo Alaior es diferente. Dalt la Sala se mantiene el bloque pétreo de derechas opuesto al de izquierdas, en este caso constituido por una agrupación de partidos de ideología afín. Entre ambos concurrió y vuelve a hacerlo el PI, aunque hace cuatro años no obtuvo representación.

Esa bipolarización tiene consecuencias. Extrema posiciones, genera controversias, levanta recelos y, en definitiva, tensiona la atmósfera de la política municipal que no deja de incomodar a los ciudadanos, también abocados al clima de tirantez permanente.

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Un repaso somero a las redes sociales alimentadas por los grupos de unos y de otros revela el grado de crispación que se multiplica a partir del nerviosismo previo a la cita electoral del domingo. Las descalificaciones abundan magnificando errores y minimizando u obviando aciertos según quién los cometa.

Si un puñado de votos ha decidido la alcaldía en dos de las tres últimas convocatorias, no sería de extrañar que la tendencia se mantenga en la de pasado mañana. Quizás por ello Maria Camps, de Junts per Lô, con el viento a favor de las nacionales, ha elevado el tono en la campaña ante la oportunidad de tomar la vara que deja Sugrañes. Y José Luis Benejam, su sucesor, defensor del tono conciliador y el ‘buenismo’ en la precampaña, ha acabado metiéndose de pleno en el barro en algún que otro debate.

Ganará una u otro pero «Per es bé de Lô» y «Per un poble viu» convendría iniciar la nueva legislatura rebajando el tono de la discordia.