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En nuestro país se puede encontrar por lo menos un pintor en cada casa. Sin embargo, me pregunto si somos realmente conscientes de lo que significa ser un pintor. Hace muchos años, cuando era un adolescente, leí la novela de Jakob Wassermann titulada «El hombrecillo de los gansos», en la que el autor describe el fracaso de un músico enfrentado con la mediocridad de su tiempo. El protagonista, Daniel Nothaff, no consigue que su obra triunfe, y sucumbe ante la necesidad de trabajar para ganarse la vida en una sociedad que le niega su genio individual.

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Años más tarde yo mismo escribí la historia de un pintor El pintor y la modelo») que surge del siglo XVIII menorquín y no consigue imponer su arte auténtico pese a peregrinar por las capitales artísticas del momento. Pero la vida, que aseguran que a menudo supera a la ficción, nos ofrece muchos ejemplos parecidos: los cuadros de Van Gogh llegaron a tapar los destrozos de un gallinero, Picasso tuvo enrollado muchos años sus Señoritas de Aviñón en su estudio, John Kennedy Tool se suicidó once años antes de que «La conjura de los necios» fuera publicada con un éxito enorme, Mozart nunca consiguió ser en vida el músico prominente que era en realidad, etc. Pero lo peor es que en todos esos casos había artistas menos originales que triunfaban con clichés ya establecidos, con estilos aceptados, o si se quiere, superados. Porque, ¿qué es lo que determina que un artista sea realmente genial, que su obra adquiera un valor permanente? Creo que podría dar un par de ideas para intentar responder a esa pregunta. Diría que por un lado es imprescindible la autenticidad y por otro la originalidad. En arte no se puede trabajar por dinero, aunque el mercado del arte mueva de hecho una cantidad inmensa de dinero; un artista tiene que trasladar a las palabras, las imágenes o los sonidos su propia y auténtica visión del mundo, y tiene que hacerlo con originalidad. En el sentido de la originalidad un buen artista tiene que intentar eliminar de sus obras las huellas de los demás, lo cual no resulta, precisamente, fácil. Si uno consigue aunar estas dos características es probable que se convierta en uno de los grandes, pero también es posible que sea pobre durante la mayor parte de su vida, porque la sociedad tarda en aceptar lo realmente nuevo.

Sin embargo, no quiero terminar esta reflexión sin una nota de esperanza; existe una máxima que asegura que la verdad siempre acaba saliendo; lo malo es que a veces puede tardar siglos.