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«Como decíamos ayer». Vuelvo por estos lares tras unas semanas de exilio obligatorio –la vida política aprieta, pero no ahoga- y la verdad es que este compromiso que tú y yo tenemos cada sábado de ahora en adelante me ha pillado a contrapié. Durante estas semanas de castidad literaria me he topado con un montón de ideas que me hubiese encantado compartir contigo por aquí. Temas que, estoy convencido, eran soberanas tonterías ya que, aunque haya pasado un tiempo, sigo sin tomarme en serio cuando escribo y tú, deberías hacer lo mismo por prescripción médica cuando me lees.

Como aquel que es poco agraciado y en la discoteca reúne valor para entrarle a la muchacha guapa de turno –o al muchacho-, o el que encuentra los mejores argumentos para una discusión al día siguiente mientras se ducha y ondea sin remedio la bandera blanca, a mí la situación me supera. Cuando no puedo escribir, cualquier situación cotidiana se convierte en un filón. Ya sea por la estupidez de su protagonista, del escenario o de todo a la vez. Cuando debo escribir, imagino que la mirada se vuelve menos crítica y las manos son menos audaces. Ya sabes que sigo recomendándote que me tomes en pequeñas dosis para que no te empalagues de nada, de todo o de mucho.

Aquí me tienes, tumbado a la bartola intentándome ciscar en algo. «Escucha al universo, él te enseña el camino», me soltaría algún yonkie del optimismo que se ha chutado en vena todos los libros de Cohelo. Pero no, el universo está demasiado ocupado con sus agujeros negros, sus meteoritos, sus extraterrestres y esas cosas. Así que no tengo tema.

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Podría tirar de tópicos y empezar a repartir estopa y versos a los protagonistas de la actualidad política, pero me temo que los próximos cuatro años van a ser muy largos y densos como para machacarte el cerebelo de buenas a primeras. Quizás, si los pájaros no trinasen tan fuerte y alegres, los echaría de menos y me cascaría una paja intelectual sobre si la primavera este año está más o menos triste. Imagino, en cualquier caso, que insatisfecha con el final de Juego de Tronos.

Pero no, la primavera va bien, el sol nos va regalando la mejor de sus versiones mientras el calendario se consume con una velocidad aterradora. La Vida es una fresca –o fresco, mire usted- pero eso tú y yo ya lo sabíamos y a estas alturas donde todo es injusto, de poco vale quejarse si no estamos dispuestos a dar la mejor versión de nosotros mismos.

Te prometo que para el sábado que viene estaré un poco más atento a todo lo que me rodea para que cuando compartamos el café recuerdes que la mejor forma de tomarse la vida es con humor. Y si no, que se lo pregunten al bueno de Fray Luis de León.