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Joan Triay deja el Ayuntamiento de Ciutadella y por extensión la política, a la que ha servido en su esencia, que no es otra que la correcta administración de los recursos públicos. Y si los responsables de esa administración son otros, el papel de un concejal será asegurar una gestión limpia y eficiente.

Con esa voz grave que asusta a quien no le conoce, desde la disciplina metódica de revisar todos los papeles y con la familiaridad con los números que le dio su profesión en la banca desentrañó la mayor trama corrupta que hemos conocido en la Administración Local menorquina. Látigo de la corrupción le han llamado para resumir la limpia en el Ayuntamiento de Ciutadella, adonde llegó en 2007.

Su acceso a la institución tiene su origen precisamente en las dudas más que razonables sobre la gestión municipal en el cementerio. Era vox populi, pero alguien había de asumir el deber público de la denuncia y encabezar la regeneración que se puso en marcha con un movimiento ciudadano que acabó convirtiéndose en partido político. Y ese partido ha sido el artífice de la década de la decencia.

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Ahora que se habla de retribuciones públicas, la última reducción salarial del mandato pasado fue aprobada con los dos votos del partido de Joan Triay y 19 abstenciones. Dejó a la alcaldesa con 2.300 euros mensuales y a los concejales con dedicación en 2.000, un sueldo digno porque la política ha de ser vocacional, argumentó entonces.

De los casos Nerer y Citur poco se ha avanzado en los últimos años. No son tan mediáticos como Noos y es probable que la resolución se eternice, pero la constancia de Joan Triay y su partido al menos lo destaparon, incluso asumiendo gastos que se cuentan en miles de euros.

Ciutadella le debe al hoy al ciudadano Triay haber recuperado la decencia y quizás la credibilidad en el poder municipal.