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Es una opción que siempre ha estado ahí, un gobierno de coalición entre los más fuertes, los dos o tres más votados al estilo de lo que viene haciendo Alemania. Ayer lo recordaba en estas páginas el ex primer ministro francés y ahora concejal de Barcelona Manuel Valls y lo demanda también la situación de bloqueo a la que nos ha conducido el Congreso de los Diputados.

En vez de solución alemana, aquí prefieren hablar de inspiración portuguesa, gobernar en familia mejor que gobernar con el adversario. En la familia, ya se sabe, las rencillas son constantes. En los acuerdos empresariales, el que no cumple paga. En el primer caso, el horizonte es doméstico, en el segundo son los objetivos los que marcan la meta.

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Curiosamente, en España los acuerdos de familia política son los habituales en las comunidades y ayuntamientos, es decir, en el ámbito doméstico. Se entendió así hace 40 años cuando empezamos a entender algo de política y así seguimos, pacta con tu vecino ideológico para impedir que gobierne el que ha ganado, nos hemos acostumbrado a que la democracia es eso.

Si el cesarismo no cegara a Sánchez, vería que el panorama presenta una excelente oportunidad para abrir una vía de entendimiento entre los dos o tres grandes. No se trata ya del simplismo de la abstención o unos votos a favor para ser presidente, se trata de negociar un acuerdo de gobierno básico, de estado, economía y bienestar. Mirando al futuro.

La alternativa, lo que tenemos, es un gobierno de larga interinidad bajo el que crecen los enemigos del Estado organizando homenajes a asesinos en el País Vasco o inventando conspiraciones del atentado islamista de Barcelona, acontecimiento de cuya manipulación da idea que se homenajeara al cuerpo policial catalán, que tuvo en sus manos haberlo desactivado 24 horas antes.