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Un joven amigo que ha vivido muchos años en Estados Unidos se sienta conmigo bajo el ullastre y después de recordar viejos tiempos y ponernos al día de los últimos lustros de silencio mutuo, surge -tímidamente- la cuestión, esa que llaman eufemísticamente territorial pero que es fundamentalmente de identidad y fiscalidad. Mi reencontrado amigo, acostumbrado al debate en sus tiempos universitarios norteamericanos, no entiende la extrema tensión que suscita el asunto.

-Estoy tan campante hablando con amigos de esto y de lo otro, con risas y buen rollo y de pronto alguien roza el tema catalán, los rostros se tensan y las palabras vuelan como dagas…

-Es que la cuestión catalana es el gran asunto no resuelto de la democracia española -le digo- y no hay forma de abordarlo como un problema político, todo lo serio y espinoso que se quiera, pero político. Se ha convertido en una cuestión de trincheras.

-A mí me parece un conflicto de identidades que se remonta varios siglos atrás... ¿No hay solución? -casi me implora.

-Modificar el statu quo es mucho más difícil que mantenerlo, nos previene una de las escasas mentes pensantes en este asunto, el abogado Ruiz Soroa, pero puede conseguirse por procedimientos muy variados, a partir de la exigencia de mayorías reforzadas para asuntos de enjundia como Este. Desde luego, como no se va a solucionar es blandiendo el código penal...

-¿Me estás hablando acaso de la ‘vía canadiense’? Implica un referéndum, y que yo sepa es inconstitucional…

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-Nudos más enrevesados se han desatado, como la mismísima Transición, nada menos que desmontar legal y pacíficamente un régimen dictatorial... En el caso catalán, un referéndum pactado, sí, con una pregunta clara, exigencia de alta participación y mayorías reforzadas: con un 51 por ciento/49 por ciento no puede separarse un país que lleva siglos unido…

-Pero ¿qué hacemos si un día el independentismo supera el 70 por ciento, pongo por caso, mirar para otro lado y apelar al Constitucional? ¿Qué haría Europa ante una tesitura semejante? Es cierto que en un país democrático no se contempla el derecho de autodeterminación, pero sí que una comunidad tiene derecho a que su demanda, pacífica y democrática, sea procesada y canalizada democráticamente. Es un contrasentido decir que su aspiración es legítima y no arbitrar vías legales para encauzarla.

-Estaría la reforma constitucional, pero me temo que los partidos mayoritarios españoles nunca la votarían, para ellos la unidad de la patria no es un tema para la discusión. Lo que no puede ser no puede ser y además es imposible, que decía el torero. Y es una pena porque, no creo que el independentismo llegara a ganar nunca un referéndum de eventual separación con mayorías cualificadas, y podría arbitrarse una solución para décadas como en Canadá. No olvides que un resultado favorable no significaría irse sin más sino sentarse con el Estado y empezar a discutir el reparto de muebles, deuda común, etcétera, o bien, y ahí podría estar la solución, negociar otro tipo de encaje en España…

- Pero, ¿y qué me dices de la sentencia que acecha?

-Lo ideal sería una condena por desobediencia y malversación asumible por el catalanismo y las fuerzas políticas moderadas, pero no soy muy optimista al respecto, sobre todo viendo las ganas de un escarmiento ejemplarizante por parte de los sectores duros y menos aún, después del arrogante y provocador «lo volveremos a hacer» de Cuixart y Torra. Si los independentistas no han aprendido que la vía unilateral es delictiva, perdamos toda esperanza de una sentencia ajustada...

...Releo estas notas debidamente guarecido de la tramontana mientras el árbol parece poseído por el baile de san Vito. Y muy entristecido por la penosa peregrinación de los refugiados del barco «Open Arms» por aguas del Mediterráneo, tan cerca, tan lejos. Oigo voces que son como coces sobre hipotéticos efectos llamada, mafias, y complejidades políticas. Pero no es una cuestión de jeroglíficos políticos ni de buenismos sino de decencia y moralidad. Sacar a esta pobre gente del mar es la cuestión de las cuestiones. Después, hablamos.