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Stephen Hawking, uno de esos científicos de mente privilegiada, predijo hace más de un lustro que la inteligencia artificial dominaría la inteligencia humana. Hay ejemplos de cómo las máquinas se van imponiendo a las decisiones de las personas o, lo que es peor, cómo son utilizadas para modificar la voluntad personal.

El caso más frecuente es el uso de la tecnología para conocer gustos de la mayoría a través del «big data», que permite orientar decisiones para captar el mayor número de clientes. Nada que objetar, los adelantos no son buenos ni malos en sí mismos, todo depende del uso que se haga, sirva el ejemplo de la física nuclear.

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El recuento de voto en las elecciones no es ajeno a estos sistemas que permiten conocer en unas horas el escrutinio de millones de personas. Comienza a las ocho y pico de la tarde y a las 11 o 12 de la noche ya sabremos quién ha ganado el próximo 10 de noviembre. Ello es posible porque el transporte de los resultados de un colegio electoral a la Junta Electoral Central convierte los votos físicos en votos virtuales mediante un algoritmo.

Matthew Green, criptógrafo de una universidad americana de Baltimore, advierte que la vulnerabilidad es asombrosa. En unas elecciones normales no hay nadie que pueda cometer fraude sin ser detectado durante el proceso, pero con este sistema puede hacerse perfectamente. Las elecciones de Maduro en Venezuela se ofrecen como precedente de la manipulación tecnológica del voto y el proveedor informático utilizado allí tiene vinculación con la empresa contratada aquí por la Administración española.

Los más osados, seguidores de la idea de la sospecha, no se extrañan de que la famosa encuesta de Tezanos acertara de pleno con los resultados finales del 28-A. ¿Teoría de perdedores o indicios de fraude?