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Hoy te hablaré, si te apetece, de triunfos y de fracasos. ¿Qué entiendes tú como triunfo, como victoria, como éxito? Y ¿qué te viene a la cabeza cuando alguien se refiere al fracaso? Menuda pregunta para empezar el sábado ¿no te parece? He pensado que el ‘cómo estás’ o el ‘qué tal te trata la vida’ estarían demasiado usados.

Te escribo desde la isla de Malapascua, en Filipinas, un pedazo de paraíso que sobrevivió mientras la mayor parte del planeta se iba al traste. Se trata de un enclave maravilloso para el buceo y sobre todo para tumbarte en la sombra y ver cómo la vida pasa mientras decides si hoy te apetece hacer nada o, por el contrario, nada de nada. No se está mal, la verdad.

Aquí he podido prolongar el idilio que mantengo con el mundo marino. Una de las cosas que más me gusta hacer en esta vida es perderme por el fondo. Ni que sea con gafas y tubo, soy capaz de tirarme horas investigando qué me voy a encontrar, aunque nunca me lleve una gran sorpresa. Soy muy rarito en esto… ¿qué le voy a hacer?

¿Qué tiene que ver todo este rollo con lo de triunfos y fracasos? La Isla de Malapascua cuenta con una peculiaridad muy especial, es famosa en el mundo entero gracias a las visitas constantes de los poco estudiados y muy desconocidos tiburones zorro, uno de los animales más bonitos con su impresionante cola.

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Estos majestuosos animales sirven como reclamo para hordas de turistas que acuden par bucear y a los que nada o poco les importa el fondo marino y todo lo que no sea hacerle o hacerse una foto con los tiburones zorro. La maldita necesidad de probar todo lo que hacemos con una imagen como una especie de justificación, de aprobación o admiración de los otros hace que a veces nos obsesionemos.

Yo he visto el tiburón zorro, he nadado con él, me ha dejado sin palabras, aunque nuestro encuentro se puede resumir por encima de todas las cosas como breve. Fue ayer, viernes, cuando hice una inmersión de 69 minutos a más de 25 metros de profundidad solo para intentar compartir unos segundos de éxtasis, de catarsis, de subidón. Vino, me vio de lejos y se largó, como los amores imposibles que se marchan sin despedirse.

Para mucha gente la falta de esa fotografía está por encima incluso de la posibilidad de vivir un momento tan intenso y el no tener la imagen supone un fracaso, una oportunidad perdida. Para mí, no.

Estoy inmensamente feliz de haber logrado uno de esos recuerdos que perdurarán durante toda la vida, y que supone para mí, un auténtico triunfo. Imagino que, como en la vida, todo se resume a una cuestión de perspectiva y de prioridades. ¿Triunfo o fracaso?

dgelabertpetrus@gmail.com