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Si normalmente te importan poco las cosas que aquí escribo, hoy te importarán mucho menos. Sigo de viaje, por Filipinas, y te voy a presentar a Radie Arizabal. Este simpático joven filipino ha sido nuestro guía por una de las zonas que más me ha impresionado hasta el momento de las que he estado, El Nido.

Radie habla un inglés complicado, como la mayoría en el sudeste asiático. Dos días surcando el mar en un tour privado nos han dado para hablar mucho, intercambiar opiniones, hacer bromas y demostrarme una vez más que cuánto más diferentes podemos llegarnos a ver, más similares somos en realidad.

En fin. «No sabes la suerte que tenéis», es la frase que hacia el final del segundo día me suelta Radie, acompañado de su colega Gilbert, con un tono que se vuelve todavía más melancólico acompañado de una de esas puestas de sol especiales. Estamos hablando de los países que he visitado y experiencias que he vivido. Él, lejos de sentir envidia, muestra curiosidad especialmente por Tailandia.

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Ni Radie ni Gilbert han salido de Filipinas, y ven muy complicado llegar a hacerlo. Y es entonces cuando me suelta la frase que me deja tocado. A veces se nos olvida lo afortunados que somos. No porque ellos vivan en la pobreza, sino por las facilidades que tenemos en el día a día. Para nosotros es cotidiano tomar un avión.

La diferencia de calidad de vida debería hacernos pensar más en lo que tenemos y menos en lo que nos falta. O, por lo menos, ir con cuidado cuando ponemos en duda lo fácil que es nuestra vida o nos ponemos palos a nuestras propias ruedas. Porque ni vivimos tan mal ni está el patio tan chungo como lo pintan algunos con más ganas de quejarse que de buscar una solución eficiente.

El roce hace el aprecio y, te reconozco, que me ha caído muy bien Radie, al que llaman Boyd o algo por el estilo. Para estar en El Nido tienes que pagar una tasa turística de 200 pesos, menos de 4 euros, que dura 10 días. Ese dinero está destinado a mantener limpio todo el impresionante archipiélago de islas de Bacuit, me cuenta Radie, orgulloso porque a pesar de la marabunta de gente que visita la zona, el método es efectivo. Tan eficiente que hasta da envidia.

Y yo le digo que, en Menorca, los visitantes también pagan una tasa pero que en lugar de reinvertirlo en el mantenimiento de la naturaleza los que mandan han decidido destinarlo a construir un conservatorio, entre otras cosas. No lo entiende, pone cara de asombro y me pregunta: «¿Eso no es engañar?». Y le digo que en mi país no es extraño que los que mandan nos tomen el pelo, y le sonrío mientras le digo: «No sabes la suerte que tenéis», dejando escapar cierto tono de envidia.