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Creo, sinceramente, que hay dos formas de hacer las cosas. Las que quieres y las que debes. La diferencia entre ambas puede parecer muy sutil, pero llevo mucho tiempo dándole vueltas al asunto y he llegado a la primera conclusión de que nuestros actos, nuestros comportamientos o nuestras decisiones se pueden clasificar, inicialmente, así. Y puede que te moleste el tonito con el que lo diga o que pienses que creo que tengo razón por explicarte mi teoría a través del diario. Nada más lejos, cinco de cada siete ocasiones estoy equivocado. Las otras dos, no tengo razón.

Para mí hay dos formas de hacer las cosas. La que quieres es la más sencilla. Es la que te empuja, la personal, la egoísta, la propia. Ante un problema, adoptas la resolución que más te convenga y poco importa cómo le afecte los demás. No digo que esté mal, ni tampoco que esté bien. Es tú decisión y, a lo largo de la vida, llega el momento en el que te das cuenta de que las decisiones difícilmente las puedes calificar como correctas o equivocadas, lo único que puedes es ser consecuente y convivir con lo que suponen. «A lo hecho, pecho», dicen.

Cuando tú eres capaz, ante el mismo problema, de anteponer el deber para con el prójimo o para con la sociedad que te rodea a todo aquello que únicamente te afecta a ti, lo que consigues es una actitud trascendente. Si llevas algún tiempo frecuentando este lugar sabrás que me maravilla esta palabra, ‘Trascendente’, y todo lo que conlleva.

Hace unos días les intentaba explicar esta diferencia de la que te hablo a unos compañeros de rugby con un ejemplo muy claro que te animo a que extrapoles para tu día a día, el trabajo o ese problema que tantos dolores de cabeza te está dando.

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La actitud es lo más importante que puedes dar en un partido. No depende de ti, no es como la técnica, la inteligencia o la visión de juego. La actitud es la voluntad más primitiva de hacer las cosas bien, y no se entrena. Si nosotros entrenamos y decidimos entrenar como queremos, lo que conseguiremos es salvar el marrón, que sea la hora de marcharnos y tengamos los deberes hechos.

La mayoría están en esa edad tonta e impulsiva en la que el universo acaba donde acaba tu ombligo. Y seguí. Si en ese mismo entreno dejas al margen lo que quieres y haces lo que debes, das tu mejor versión, buscas el cansancio, la extenuación, la situación que te obliga a mejorar, al final del ejercicio habrás conseguido mucho más.

Ahora, que se acaba el año, y buscamos la lista de propósitos para el 2020, quizás debamos pensar menos en qué queremos lograr y más en cómo lo vamos a conseguir.

dgelabertpetrus@gmail.com