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En aquellos gloriosos tiempos de Pax Trumpiana, una jauría andaba suelta, atemorizando a las gentes de orden y acechando a la civilización occidental. Eran unos homínidos de una subespecie llamada progresía cuya principal característica era su aversión a los valores tradicionales y a la libertad en particular. Parecían amaestrados cuando, al hilo de las andanadas de los primeros profetas Reagan y Thachter, cayó el muro de Berlín, hecho que les obligó a retirarse a los jardines de invierno. Pero, como toda mala hierba, la progresía volvió, colándose por los intersticios de los adoquines que cubrían la playa del mayo francés, bien dispuesta a continuar su insidiosa y liberticida cruzada por otros medios.

Parecía que estaban muertos y enterrados en el cementerio de la Historia, decía, pero no, los progres volvían con renovados bríos a tenor de las quejas constantes de las gentes del extremo centro que denunciaban incansablemente la dictadura progre basada, según ellos, en los principios del movimiento nacional de lo políticamente correcto, en una presunta superioridad moral de la izquierda, en la relativización de la unidad patria, en una desmesurada preponderancia de la mujer en la legislación, en el dogma del cambio climático, en el catalanismo obligatorio y en la persecución de emprendedores, a quienes pretendían ahogar en burocracias e impuestos mientras ellos regaban subvenciones a legiones de chupópteros instalados en sus chiringuitos…

Aunque las gentes de bien de Trumplandia saben que lo del cambio climático no es más que un señuelo para disimular las crecientes cargas impositivas, y los de la Isla en concreto son conscientes de que una buena tramuntanada se lleva por delante todo atisbo de contaminación, los progres de segunda ola siguen empeñados en convertirlo en una religión planetaria de obligado cumplimiento, pese a su evidente falsedad: ¿Cómo tragarse los sermones apocalípticos de una adolescente perturbada? O como dice el profeta Trump, con el frío que hace no viene mal un poco de calentamiento…

Pese a su camuflaje buenista, los progres de la prefectura isleña son fáciles de detectar por su obsesión antiturística. Están en contra del interés general como se ha demostrado en el caso de los parques acuáticos y cualquier otro intento de poner Menorca en órbita, no ya con el desdoblamiento de la carretera general al que se oponen visceralmente, sino en algo tan sencillo y elemental como las rotondas a doble nivel o el fondeo indiscriminado de los yates (¡con la riqueza que aportan!) para preservar unas algas de nada, pese al nombrecito pseudocientífico que le dan para dar credibilidad a su permanente cruzada anti progreso.

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Pero la característica más peligrosa de los progres locales es su empeño en que nuestra lengua materna sea el catalán, cuando lo nostro es balear, menorquín, ciutadallenc o migjorner. Serán pues, fáciles de detectar porque nunca pedirían un «seniseru», como hemos dicho toda la vida, sino el imperialista cendrer, dirán llinatge en lugar de «apellidu», aixeta por «grifu», pern por «turnillu», «recibu» por rebut, «chubascu» por ruixat, panet por «bocadillu», rajola en vez de nuestro racial «asulejo», y demás intolerables catalanismos… De esta manera tan grotesca y tan alejada de nuestras ancestrales raíces pretenden adoctrinar a las nuevas generaciones en el pancatalanismo imperialista, impugnador de la gran lengua común española…

Conscientes del peligro de tener progres sueltos, los guardianes del Nuevo Orden Trumpiano y sus terminales mediáticas han publicado un bando de obligado cumplimiento bajo pena de aprenderse de memoria los tuits del profeta anaranjado. Dice así: «Si ven a alguien pregonando que la unidad de la patria es conveniente pero no sagrada, que diversas naciones pueden convivir en un mismo Estado, que una política impositiva progresiva es la única forma de financiar un Estado de Bienestar capaz de promover una mínima igualdad de oportunidades, que las mujeres no tienen siempre la razón pero que son masacradas en masa por el machismo violento, que el cambio climático es una verdad científica y una emergencia planetaria, que el equilibrio paisajístico de nuestra Isla es el deseo mayoritario de su población y que nuestra lengua materna es el catalán de Menorca que, aun siendo la misma lengua, no es idéntico al de Lleida, ni al de Valencia ¡ni al de Mallorca!, de la misma manera que el castellano de Burgos no es igual al de Andalucía o de Argentina… Si se da cualquiera de estas circunstancias o, en estas fechas señaladas ven a alguien montando belenes laicos como en la capital de sus delirios, Barcelona, denuncie al dictaprogre en la primera comisaría patriótica que encuentre».

Y así fue, niños, como, con la colaboración de los ciudadanos honestos y patriotas, empezó salvarse en nuestro país el muy benefactor Nuevo Orden Trumpiano-Bolsonaresco-Orbánido-Borisjohnsonaurio-Abascaliano.

Hala, idò, i feliç any nou a tothom.