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Hace un tiempo, no mucho, alguien dijo que estábamos ante «la generación más preparada». Lo dijo lleno de orgullo mientras en el país prácticamente se repartían a granel las licenciaturas, las diplomaturas, los grados, los másters y todo lo demás. Lo dijo alardeando de que los jóvenes habían cumplido un largo recorrido académico con los títulos acreditativos correspondientes como si en clase nos lo hubiesen enseñado todo. Qué triste cuando te das cuenta que de lo que se nos suponía a la realidad hay una distancia abismal.

Somos la generación que más ha estudiado, de acuerdo, pero estamos a años luz de ser la más preparada. Al menos para afrontar una situación como la actual. Nuestros abuelos, en algunos casos, y nuestros padres, en otros, nos están dando una lección de quién está bien preparado para la vida. Ellos, que nos lo han dado todo, que han invertido su vida en nosotros para que pudiésemos colgar esos títulos en la pared, ahora están muriendo con una dignidad que acongoja. De una forma indigna, ojo, pero sabedores de que llegados al ocaso de su existencia lo mejor que pueden hacer por nosotros es morirse rápido, sin hacer ruido y molestando lo menor posible.

Me parece injusto. A nosotros nos han enseñado a escribir en números romanos pero no cómo funciona la economía o cómo evitar que las entidades financieras jueguen con ventaja a la hora de firmar un documento. Sabemos –o sabíamos- cómo resolver un logaritmo neperiano pero, la mayoría, no tenemos ni idea de cómo hacer una reanimación cardiopulmonar que podría salvar una vida. Sabemos que «el orden del factor no altera el producto» pero la mayor parte de nosotros somos incapaces de plantar y gestionar un huerto para ser autosuficientes.

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¿Sabes? Sé que saldremos de todo esto, que seguiremos adelante, pero me queda la sensación de que nos sobran diplomas y nos faltan valores. Y ya no somos los jóvenes, ahora los jóvenes son otros, los que vienen detrás. Y dudo que estén mejor preparado que nosotros.

Dicen que en los peores momentos es cuando se ve realmente cómo son las personas, cuando se caen las máscaras y quién es quién. Mientras unos se ofrecen a morir por el bien común, otros se esconden cobardemente. Mientras unos piensan en los demás, otras solo piensan en ellos mismos. Por encima de sus posibilidades. Y de las nuestras, claro. Y de las nuestras.

dgelabertpetrus@gmail.com