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El hogar por momentos parece un submarino, y agotados se vuelven pesados hasta los párpados. Por momentos un poco de luz por la ventana, o el ir a por un poco de pan, y respirar, por momentos un poco de aliento. Y soledad. Desolada soledad Jb (30, 3). Estamos juntos en esto, sí, pero no hay una esencia del mal con la que podamos entender todos los males habidos y por haber. Existencia a existencia, cada vida perdida es un valor menos, por mucho que las estadísticas nos insensibilicen. Y no hay ninguna explicación satisfactoria ante tantas muertes.

Es una figura muy común en la literatura, y en la filosofía, el doble, como ese fondo espasmódico que desde el inconsciente nos conduce con oscuros hilos. Occidente y sus ideales de convivencia tiene su doble en la guerra, sí, pero también en esta pandemia. Y como Jekyll podemos esconder a Hyde en un cuartucho con candado, e ilusionarnos con la fantasía de que no se trata de la misma persona. Como si Hyde no supiera, también, donde está la llave guardada. Esta pandemia no es una tercera cosa, entre tú y yo, pues también somos nosotros. Y ante la dureza del momento vale la pena preguntarse, quizá ese sea el fondo de toda pregunta ulterior: ¿vale la pena vivir?

Albert Camus escribió el siglo pasado una novela, La Peste, y este asunto que en el presente vivimos en nuestra propia carne aparece con enorme exactitud narrado. Y la pregunta que sobrevuela toda la novela es esta: ¿vale la pena vivir?, ¿vale la pena ante un mal implacable sobre el que es imposible una victoria final? Desolada soledad. Sí, pero quizá sea en esta, en un atreverse a escuchar a la conciencia hasta sus últimas consecuencias donde podremos encontrar un sí, sí vale la pena vivir. Sí vale la pena luchar contra el mal aun siendo este invencible. Aunque a lo sumo toda victoria sea parcial.

Y en la pérdida, imposible de englobar en una estadística, pues cada persona que se va tiene un valor irreparable; y en el dolor, imposible de justificar en una espiritualidad, pues cada vida tiene un vínculo secreto y misterioso con nuestro creador; quizá en la desolada soledad de cada uno de nosotros en esta situación, podamos encontrar que sí vale la pena vivir. Y que, aun siendo la victoria imposible, y aún siendo cierto que cada muerte es una derrota insoportable, en esperanza confesamos que esa no es la última palabra.