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Barullo es la palabra que me viene a la cabeza cuando a las siete en punto de la mañana inicio el día acompañado por las noticias de la radio y los ladridos del viejo Allen, que tiene prisa por salir a aliviar su próstata. Bien, da igual que se hable del maldito virus como de avatares políticos: el desconcierto y la gresca campan a sus anchas a tan temprana hora por todo el mundo, también en países con mejores cifras que el nuestro, como la justamente loada Alemania donde se suceden las manifestaciones en contra de algunas medidas de confinamiento. Incluso en los diales no hiperventilados con los que uno inicia el día, la sensación de confusión es notoria.

Más tarde, reanimado por el café y el pa torrat es el momento de conectar con frecuencias más asilvestradas, pues también me interesa saber a primera hora, lo que me voy a encontrar luego en la prensa que frecuento menos, alguna especialmente feroz y virulenta con el Gobierno. Y es que uno tiene que ser coherente con lo que predica (con escaso éxito), que es leer aquello que cuestiona tu punto de vista como el mejor antídoto contra el sectarismo, y una manera más ecuánime de iniciar el día siempre que consigas deglutir el a veces indigesto bolo…

Tiempos de barullo, decía antes de embarullarme yo mismo con la escritura, tiempos en que, mientras el Gobierno se enreda en una maraña de errores, improvisaciones, rectificaciones y tentaciones autoritarias, por la otra parte florecen los expertos en salud pública (incluso han surgido empresarios-epidemiólogos), y siguen proliferando los todólogos, tipos listos que saben y opinan de todo y que se infiltran en nuestros WhatsApp para prevenirnos contra equidistancias y demás debilidades, cuando para ellos está más que claro quién tiene la culpa de todo, incluso de la lluvia, naturalmente el porco governo y sobre todo ese felón de su presidente. Ahora han olisqueado la sangre y se lanzan a degüello para derribarlo, por lo visto, su gran solución para tiempos de crisis…

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Pero no tiene la exclusiva nuestro porco governo de medidas erráticas y de hacerse un lío con las cifras de muertos, con las mascarillas y con los test diagnósticos, lo mismo pasa en países de medio mundo (si exceptuamos Alemania, Finlandia, Noruega, Dinamarca y Nueva Zelanda, todos ellos dirigidos por mujeres, detalle más que interesante), y no digamos en Norteamérica donde para redondear el barullo cósmico siempre está (bueno, espero que solo hasta noviembre) al inefable Trump, quien, erigido en desinfectador en jefe, en un reality de los suyos, se ha descolgado con su fantástico remedio contra lo que, antes de que la pandemia le reventara en las manos, llamaba despectivamente el «virus chino» (también Abascal suele decirlo)… Y hablando de barullo, no podía faltar inefable Torra, quien pone la guinda del despropósito con la fantasiosa hipótesis de su gobierno, según su portavoza, de que si hubiesen sido independientes habrían tenido menos muertos. Del «España nos roba» al «España nos mata», ¡vaya tropa!...

Pero es que así estamos, con un gobierno aturdido, con una crisis económica pavorosa en ciernes y con una oposición mediática y política al más puro «estilo Bilardo», o sea, al enemigo ni agua, bien al contrario que nuestros vecinos alemanes y portugueses (¿tendrá algo que ver el entendimiento gobierno-oposición en estos países con sus envidiables resultados en la pandemia?) y, sin ir tan lejos, del Ayuntamiento de Madrid cuyo alcalde popular acrecienta su prestigio día a día, sobre todo después de haber llegado a un modélico acuerdo de colaboración con la oposición de Más Madrid. Y al contrario también de lo que expresan las diversas encuestas: la mayoría de españoles está (estamos, ilusos de nosotros) por el entendimiento y el pacto.

¿Cómo salir del embull? Solo se me ocurre un camino: por parte ciudadana, comportarse cívicamente e informarse por fuentes contrastadas, colaboración exhaustiva entre países a través de organismos internacionales, pacto entre los principales partidos de cada país, apelar a la responsabilidad de los ciudadanos en el desconfinamiento y dotar de medios adecuados a la investigación. En cuanto a la economía, es evidente que hay que poner en marcha la maquinaria, pero sin perder de vista el equilibrio con la marcha de la pandemia que es, sin duda, la tarea crucial. De poco nos servirá una recuperación económica si el virus rebrota, y viceversa: tremedo dilema para todos los gobiernos del mundo.

Y no puedo terminar sin felicitar al Ateneo por su magnífica tertulia on line del martes con el catedrático de Salud Pública, el mahonés Ildefonso Hernández, tan prudente y didáctico como siempre, quien, cautelosamente, dio pie a la esperanza: es posible que el virus esté perdiendo capacidad mortífera y puede estar próximo un nuevo tratamiento…