Te enfundas los kilitos del confinamiento en las mallas y te calzas las zapatillas de deporte para saborear esa primera carrera o paseo del 2 de mayo. Sabes claro está que hay un horario por edades y un kilómetro para desfogarte, parámetros que muchos han interpretado a su manera, muy flexible. De repente, en la urbanización que siempre está solitaria, con o sin estado de alarma, hay tramos que parecen -o a ti te lo parecen-, la gran vía de una ciudad. Y sientes un puntito de angustia en la boca del estómago, no sabes cómo guardar la distancia de seguridad, avanzas en zigzag, y allá donde mires te imaginas esa nube cargada del maldito virus que tantas veces has visto en el móvil, la recreación del halo de diminutas partículas que a todos nos acompaña y se mueve silenciosa entre los pasillos de un supermercado, cuando toses o solo respiras, vamos, lo que es simplemente existir. Y piensas que en uno de esos paseos abarrotados de Madrid o Valencia la aprensión daría lugar fácilmente a la ansiedad.
Vía libre
Volver a salir de la cabaña
05/05/20 0:52
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