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¿Como están queridos lectores? Supongo que a muchos de ustedes las fuerzas les empiezan a flaquear y no es para menos. Personas a las que el puñetero virus les ha tocado directamente en su salud, o en la de algún ser querido. Personas que económicamente lo tienen más complicado que ver a la señora Ayuso diciendo algo coherente. Y por último, ¿personas? que están bien jodidas porque no pueden ir a jugar al golf y para colmo cuando puedan ir el caddie no les podrá pasar los palos por seguridad sanitaria. Esa pobre gente de Cayetanos y Borjamaris a los que ni siquiera les abren El Corte Inglés, como exigía una señora que además afirmaba, con una mascarilla tamaño manta en su boca, que lo de la pandemia era un bulo para que ella no pudiera ir de shopping mientras su criada cargaba las bolsas. «La revolución de los rentistas» la llama acertadamente el humorista Quequé.

Pijos llorones aparte, prefiero quedarme con vídeos como los que realiza el actor malagueño Miguel Ángel Martín, que en su «Diario de confinamiento» aporta calma y buen rollo. Les tengo que confesar que coincido con él cuando afirma que ve a la gente guapísima por la calle. Se suponía que todos teníamos que salir de la cuarentena gordos y blancuchos porque no nos habría tocado el sol y nos habríamos inflado a comer tartas, precocinados y chucherías varias. Pues nada más lejos, deben ser las ganas de socializar que tenemos, o la necesidad del contacto humano, pero cuando paseo por mi pueblo, por mi Isla, veo gente guapa aún con la mascarilla. Que se fastidien los sheriff de balcón, la gente en general es guapa, con nuestras miserias, pero guapa. Lo que pasa es que los feos de espíritu son una auténtica lata y hacen mogollón de ruido, dicho queda.

La pandemia le ha dado vuelta y media al mundo, así que quiero compartir una serie de preguntas que le preocupan a mi amigo Gonzalo, especialista en fijarse en gilipolleces y olvidarse de todo lo demás: ¿cómo serán las fiestas patronales de cada pueblo a partir de ahora? ¿Se exigirá que pongan más gin a las pomades y que las hagan con limón natural recién exprimido para que sirvan de desinfectante? ¿Se podrán hacer los tradicionales jaleos con los caballos en grupos limitados de diez en diez? ¿Obligarán a los caixers a ponerse la mascarilla por estar en un espacio público? ¿Tendremos que ir cada uno con nuestra propia fiambrera de pastissets, formatjades y coca amb xocolati porque no podemos compartir nada? ¿Podrá el fabioler dar el primer toc de fabiol con la mascarilla puesta? ¿Se realizarán los pregones por vídeollamada? ¿Impondrá la OMS un protocolo de distanciamiento de dos metros para la entrega de canyes? O buscan autoridades con los brazos muy largos, o usan palos selfie, sea como fuera la cosa no pinta nada bien.

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Ya nos conocemos, es un reír por no llorar, porque sé que además del valor emocional que tiene para cada uno de nosotros las fiestas de nuestro pueblo, el agujero económico para cientos de familias es enorme. Oficialmente ya se han anulado las de Sant Joan en Ciutadella, y todo apunta, ojalá me equivoque, a que no será posible hacerlas en ningún pueblo.

Pero no nos adelantemos, mi capacidad para predecir el futuro es nula, si ha leído algunos de mis artículos sabrá la cantidad de veces que la he cagado cuando he vaticinado algo. He aprendido que la libertad de expresión es también el derecho a cerrar la puñetera boca cuando no se controla un tema. Aquí lo dejo. Feliz jueves de resistencia.

conderechoareplicamenorca@gmail.com