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Me cuesta mucho entender la deriva sociopolítica de nuestro país, incluyendo nuestra Isla, con esos insepultos mamotretos de hormigón en la carretera como símbolo. No hay grises en el debate, solo blancos y negros. Si en el asunto de la carretera general estás por soluciones menos agresivas para el paisaje de una reserva de la biosfera inmediatamente te conviertes en un eco progre medievalizante y, por supuesto, si de buena fe piensas que las macro rotondas son imprescindibles para la seguridad vial eres un depredador paisajístico… ¿De verdad que no existe una solución aceptable para una mayoría de seny? Por ejemplo, acabar la necesaria rotonda de la Argentina eliminando un peligroso giro a la izquierda en cambio de rasante, y demoler la de Rafal Rubí que pinta muy poco, o lo justo para entorpecer la Menorca Talayótica, sin aportar ventajas apreciables. ¿No se pueden poner los consellers de acuerdo en un pacto de Isla que acabe con esta vergüenza?
Pero donde las cosas están llegando a límites insoportables es en la política nacional, en que cualquier opinión es encuadrada inmediatamente en la militancia más cerril, incluso en asuntos que no son únicamente políticos sino también técnicos, como el del confinamiento.

Surgen miríadas de defensores acérrimos de la libertad, de piel tan fina que consideran que cualquier restricción de libre deambulación ciudadana (la única libertad que se ha restringido), es un liberticidio intolerable, aunque sea para preservar un bien mayor como es la salud pública. Naturalmente esta postura lleva aneja una crítica feroz a la labor gubernamental, una enmienda a la totalidad de su gestión, que llega a ser acusada de «criminal» por los más asilvestrados, que se explayan por las redes sociales y sus medios de referencia, en especial el embravecido diario «El Mundo», y algún que otro periódico digital más o menos turbio.

Dejando aparte los dos extremos, el del activista/provocador Pablo Iglesias y el de la incendiaria Cayetana, que me interesan muy poco, quedamos los blandos, los equidistantes, los anestesiados por diarios gubernamentales como «El País» o «La Vanguardia» que nos dejamos comer el coco por el discurso políticamente correcto y nos pasamos la vida disculpando o disimulando las tropelías del okupa de la Moncloa a pesar de su diáfano empeño en promover un Estado totalitario social comunista separatista bolivariano (a los venerables vulnerables nos suena mucho esta retahíla de clichés, solo falta el contubernio judeo masónico para sentirnos jóvenes de nuevo)…

Ironías al margen, lo cierto es que el gobierno ha cometido tantos errores y tan zafios que se hace muy difícil compadecerse de él, pero de eso a negarle el pan y la sal, ponerle palos en las ruedas y apostar por su derribo, como promueve la derecha, va un trecho (los portugueses nos han dado una soberana lección de colaboración gobierno-oposición). Esta agresividad ambiental crea una profunda desazón en muchos ciudadanos porque impide el debate civilizado no solo en el Congreso, sino también con familiares y amigos. Es difícil de asimilar que no podamos hablar sin tener que hacerlo desde el ardor guerrero de las respectivas trincheras, y así reivindico el derecho a proclamar, sin ser insultado, que el confinamiento ha dado el resultado que se buscaba, que la situación sanitaria está controlada, no resuelta, obviamente, mientras no tengamos la vacuna disponible, y también que, en aquellos terribles momentos, no había alternativa a tan drástica y dura medida. También parece acertado el Ingreso Mínimo Vital que hoy día defienden economistas de todo signo, al tiempo que suscita esperanzas para la reactivación económica el inminente Plan Marshall de la Unión Europea por el que el gobierno español ha luchado codo con codo con el italiano… El apocalipsis anunciado con trompetería de cacerolas a lo mejor tendrá que esperar. Ojalá.

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Estamos ante un desafío sanitario mundial que puede rebrotar, una crisis económica también global, y también ante una generalizada crisis de convivencia, con creciente crispación/polarización, ingredientes básicos para una eclosión populista de cirujanos de hierro con soluciones sencillas a problemas complejos, que ya estamos viendo la deriva que toman (Trump, Bolsonaro, Johnson, Orbán…). Es fundamental para la reversión de los tres vectores mencionados volver a la conversación calmada y constructiva con nuestros conciudadanos, con una afabilidad mínima que no presuponga aviesas intenciones en El Otro, y desde bases compartibles que orillen los extremismos.

En cuanto a ellos, esos lamentables políticos nuestros, que piensen lo que hubiera contestado Churchill al provocador Iglesias y su «señora marquesa». No creo que muy lejos de algo así:

- Señor Duque de Galapagar, le veo inquieto, creo que su mayordomo no le ha preparado el huevo a la temperatura correcta…

Por ejemplo. Y seguir conversando.